Por Andrea Dorantes
Casa grande (Felipe Gamarano Barbosa. Brasil, 2014)
Horizontes latinos
En una mansión en Río de Janeiro, en la que se habla tanto portugués como francés, habita una familia de clase alta convencional. Desde el principio son claras las diferencias de clase: en la casa conviven blancos -los dueños- con negros -los empleados-; eso sí, con una obvia sección entre ambos mundos. Jean es el hijo mayor y se encuentra a punto de terminar la educación secundaria para entrar a la universidad. En la casa se dan las conversaciones típicas: esta carrera tiene salidas, esta no; esta universidad es mejor, esta es peor, etc. Jean va a un colegio privado masculino, y su único interés consiste en las mujeres, llenas de misterio para él. Debido a unos negocios, el padre oculta la bancarrota de la familia hasta que ya no se puede tapar más la mentira y acaba aflorando por todas partes. Los amigos de Jean le hacen el vacío, ya que su padre les debe dinero, y la familia se ve en la necesidad de despedir a todo el personal que trabaja en la casa: ese hogar se va desintegrando poco a poco. Jean, que prácticamente se ha criado más con las personas que trabajaban en la casa que con su propia familia, se siente de pronto en una situación que no comprende.
Fellipe Gamarano Barbosa hace aquí una clara crítica a la absurda diferencia de clases y al mundo de apariencias que reina las clases altas: el padre de la familia antes que cambiar de casa, vender algún coche o empezar a trabajar, prefiere ir recortando de otras cosas, seguir debiendo dinero a la gente, mandar a Jean en autobús en lugar de en coche al colegio cada día. Jean en esta situación comienza a relacionarse con más personas al tener que utilizar transporte público, y ahí conoce a una chica de tez más oscura que le descubre en cierto modo la vida que le ha sido negada con unos padres tan sobreprotectores. Al entrar en juego esta chica, ella misma supone el elemento redentor, y Jean al elegir estar con ella se está rebelando en cierto modo contra su padre, surgiendo entonces los debates políticos y sociales de la película. Se hace más clara la reivindicación del director: el país vive un momento político en el que se discute sobre si la gente pobre debería tener las mismas opciones para estudiar en la universidad que la gente rica, y si en Brasil la mayoría de la población es negra por qué no llega ninguno a ningún puesto “profesional”. Del mismo modo muestra cómo tristemente es “normal” que estas sociedades sean racistas porque el único trato que tienen con personas de piel más oscura es el trato jefe-empleado y no se relacionan con ellos en ninguna otra situación de igual a igual. El director contrapone estos dos mundos que suponen la población rica y la clase media, mostrando cómo en cierto modo sólo se puede ser feliz cuando no se tiene nada, cuando lo único que se tiene es al otro; mientras las personas adineradas viven en una casa grande, sí, pero a modo de decorado que poco a poco se les cae encima y entonces no tienen nada a qué agarrarse.
Casa Grande tiene en apariencia un argumento simple y conocido pero lo original habita en la forma en la que, a través de ese artificio ya conocido, trae a primer término unos de los debates sociales más importantes y serios del panorama político brasileño.
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