En Sitges son ya un clásico esas maratones que empiezan de madrugada para terminar por la mañana, poco antes del de la primera sesión matinal. Así es esta locura de festival, en el que puedes ver cine casi las 24 horas del día. Uno de los momentos que personalmente espero con más ilusión cada año es la Japan Madness, una sesión que contiene muestras del cine japonés más bizarro y loco. Propuestas de presupuestos bajos, pero con niveles muy altos de demencia. Y es que en lo que respecta a la serie B, está Japón, y luego está el resto del mundo.
Por Manuel Barrero Iglesias
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Y acabamos la sesión con Torture Club. En esta ocasión lo importante es el tema sexual, y tenemos un club de jóvenes estudiantes que se dedican a practicar el sadomasoquismo entre ellas. Todo muy perversión japonesa. Los desnudos y la tortura ocupan gran parte del metraje, pero poco a poco el film se va convirtiendo en una destartalada historia de amor lésbico. Ni su lado más pervertido, ni el más romántico, consiguen ser lo suficientemente atractivos.
Pero antes de disfrutar de esta triple sesión tuvimos la ocasión de ver una doble con otras dos películas japonesas, encuadradas en la Sección Noves Visions - Experimenta. Kiyoshi Kurosawa se va a Rusia para rodar Seventh Code, un thriller más bien sobrio en el que la locura es más interna que externa. Pero el gran descubrimiento fue The Pinkie, una locura que podría haber estado sin problema en la maratón. Con un espíritu en la línea de Iguchi y una ciencia-ficción cercana a la del coreano Oh Young-doo, el film nos habla sobre el amor. Sobre la mentira que muchas veces supone. ¿Se ama a la persona o a la imagen idealizada/distorsionada que tenemos de ella? La directora Lisa Takeba utiliza un estilo visual desenfadado que combina diversos recursos con total desvergüenza. Una película que es a la vez violenta y colorista. Sexual y naïf. Pero, sobre todo, muy gamberra. A destacar, efectivamente, la autoría de una mujer en un mundo cinematográfico (el japonés) en el que no abundan las féminas.
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