Dirección y guión: Carlos Vermut.
Intérpretes: Luis Bermejo, Bárbara Lennie, José Sacristán, Lucía Pollán, Elisabet Gelabert.
Fotografía: Santiago Racaj.
Montaje: Emma Tusell.
Idioma: Español.
Duración: 127 minutos.
La pieza que nos falta
Por Andrea Dorantes
Tras Diamond Flash (2011), su ópera prima,
Carlos Vermut nos abre de nuevo una ventana a su mundo de misterio con Magical Girl (2014). En su línea de
tramas enredadas y delicadamente conectadas, el film trata sobre muchas
historias. Tanto Luis -profesor de literatura en paro-, como Bárbara -mujer
sumergida en la depresion-, y también Damián -ex-profesor y ex-preso-, están
unidos por diversos motivos; siempre situados en el background de una España en
crisis que el director no duda en criticar con sutileza.
Desde el principio
Vermut declara sus intenciones, abriendo la película con el diálogo que más
tarde demostrará lo cíclico de la trama. Con voz en off y la pantalla en negro,
se escucha “Si García Lorca no hubiese nacido, dos más dos seguirían siendo
cuatro”. Entre magia y enigma, una nota en un papel desaparece, como por
encanto, del aula en la que José Sacristán (Damián) enseña matemáticas. Y así
es como la primera escena nos introduce a Magical
Girl. Con un etalonaje
delicado y en colores pastel, un humor contenido pero efectivo, el gran reparto
de actores y un mejor guión, Carlos Vermut hace que sea fácil encandilar al
espectador desde el primer minuto.
Luis (Luis
Bermejo), cuya hija sufre leucemia -detalle que Vermut no incluye a la fuerza,
sino mediante (de nuevo) la sutileza- se ve obligado a realizar extorsiones a
terceros para conseguir el dinero suficiente para comprar el vestido de Magical
Girl Yukiko a su hija, que quizá no sobreviva al próximo año. Bárbara (Bárbara
Lennie) tiene una gran herida en su interior y se ve también obligada a
sacrificarse físicamente para que un secreto no salga a la luz, que haría daño
a su marido. Damián, profesor recién salido de la cárcel por asesinato, tendrá
que poner en juego su libertad para proteger a Bárbara, con la que, aparte de
relación alumna-profesor, mantiene otro tipo de relación desconocida para el
espectador.
Más que la trama
en sí, que quizá sea lo que menos importe en esta película, lo que destaca es
su artificio, su manera de presentar los hechos, lo simbólico que yace bajo
ella. Vermut ahonda en la miseria de las vidas, en lo profundo del dolor. Todos
ellos llevan una herida dentro y nadie parece darse cuenta. Incluso cuando
Bárbara se hace una herida física que lleva en la frente como Caín llevaba su marca
maldita, nadie parece entender que es por ese agujero por donde aflora el
dolor, que todos van cargando silenciosamente con su herida como Sísifo cargaba
su piedra hasta la cima de la montaña. Me gusta tu nueva cicatriz, le dice una
amiga a Bárbara. El dolor es una cadena. Todos intentan aliviar su sufrimiento
traspasándolo inconscientemente a otros, creando a partir de su carencia otra
carencia. A la vez todos se sacrifican por aquellos a quienes quieren, todos
son una suerte de samuráis que no dudan en exponer su cuerpo y su alma para
salvar al otro. Y al igual que Damián enloquece al comprobar que le falta la
pieza más esencial de su puzzle, es la pieza que les falta aquello que une a
los personajes.
Como se señaló
anteriormente, el director no olvida la situación actual del país, que muestra
en delicados detalles. El Estado crea monstruos que se hieren entre ellos, saca
lo peor de cada uno, la condición más violenta del ser humano. España, como
dice uno de los personajes, es un país que se mueve ente lo racional y lo
emocional, sin saber por qué definirse, luchando siempre entre el juicio y los
instintos como si se tratase de un torero, a cuya figura hace Vermut un
homenaje como alegoría del español -absténganse los anti-taurinos, la cosa no
va de eso-. Siempre dudando, utilizando la técnica como arma para defender al
corazón, como interpreta Sacristán a ese profesor de matemáticas cuadriculado
que se deja llevar por la pasión, utilizando su fría destreza para matar con el
fin de salvar a alguien a quien ama.
A todos algo les
duele, todos llevan una herida a cuestas. Una herida que los une, unos la
exteriorizan y otros la callan y todo acaba explotando de forma implacable.
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