Locke (Reino Unido-USA, 2013)
Dirección y guión: Steven Knight.
Intérpretes: Tom Hardy, Olivia Colman (voz), Ruth Wilson (voz), Andrew Scott (voz), Ben Daniels (voz), Tom Holland (voz).
Música original: Dickon Hinchliffe.
Fotografía: Haris Zambarloukos.
Montaje: Justine Wright.
Idioma: Inglés.
Duración: 85 minutos.
Voy en un coche
Por Manuel Barrero Iglesias
Hacer una película en un escenario y con un solo personaje en pantalla es un ejercicio de funambulismo nada sencillo. Eso sí, basta con hacerlo medio bien para que resulte muy llamativo. Ya lo vimos en Buried (Rodrigo Cortés, 2010), y lo volvemos a comprobar ahora con Locke, una película en la que la única interacción del protagonista se produce a través de conversaciones telefónicas. Pero no deberíamos perder la perspectiva, ni dejarnos engatusar fácilmente. Que lo vistoso de la propuesta no eleve la consideración de un desarrollo poco más que correcto.
La película es, básicamente, un tratado sobre la honestidad. El protagonista es un hombre íntegro que debe enmendar el que posiblemente haya sido uno de los pocos errores de su vida. Y lo va a hacer, cueste lo que cueste. Aún a riesgo de perderlo todo, hará lo que cree correcto. Steven Knight construye con habilidad el relato en torno a esas conversaciones en las que los interlocutores de Ivan Locke desconocen qué está ocurriendo. El espectador sí lo sabe, y comparte su angustia ante una situación de difícil salida.
Para sostener el invento es preciso contar con la colaboración de un actor capaz de transmitir todo el torrente de emociones que la noche depara. Hardy borda un trabajo de enorme complejidad, reflejando cada estado de ánimo con precisión milimétrica. A pesar de desarrollarse en un solo escenario, el film no deja de moverse hacia delante. Como ese coche que conduce el protagonista, quien emprende ese doble viaje: el físico, y el espiritual que lo acompaña. Que la acción transcurra en tiempo real es otro elemento que ayuda a crear la atmósfera adecuada.
Eso sí, al guión se le ven demasiado las carencias (y los trucos). Hacia la mitad da la sensación de que ya está todo contado, y algunas conversaciones solo parecen cumplir la función de alargar el metraje hasta el mínimo exigido. Y tretas como los "diálogos" con el padre fallecido son demasiado burdas como para pasarlas por alto. Locke no pasa de ser un fino ejercicio de estilo, rodado con pulso y elocuencia; pero incapaz de trascender a su propia concepción.
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