"Soy el primer espectador de mis películas"
Charlar con Daniel Monzón es toda una experiencia. El
director mallorquín es desbordante, saltando de un tema a otro en cuestión de
segundos. Su entusiasmo es contagioso, y no es para menos. Entre manos tiene
una película importante, una de esas que consiguen muchos euros sin renunciar a
la calidad. Ya lo consiguió con Celda 211, y lo ha vuelto a hacer
con El niño. Cine de género con denominación de origen. Monzón que
fue crítico antes director, parece haber encontrado la fórmula para el éxito. Y
lo más difícil, unir a crítica y público en las alabanzas.
Por Manuel Barrero Iglesias
Fotos: Jesús Perujo
No se le nota incómodo al director charlando con los periodistas (ya hemos
dicho que fue uno más de la profesión), y tras una rueda de prensa muy
divertida, él sigue con su hiperactividad en la ronda de entrevistas, a pesar
de llevar horas contestando a las mismas preguntas: “Es grato,
porque tampoco hago una película todos los años. Son unos días intensos y
agitados, pero gratos. Imagínate que ninguno de vosotros estuvierais aquí.
Sería un poco triste, ¿no? Porque al fin y al cabo, lo que a mí me mueve a hacer
películas es que la gente disfrute”. Esa pasión por el cine le viene de
largo: “Yo amo el cine desde crio. Cuando vi King Kong con mi abuela
a los ocho años die: yo quiero hacer esto. Me enamoré del cine, y no he dejado
de estar en las salas desde entonces. Y ese placer, lo que me ha proporcionado
el cine a mí; es lo trato de poner de manera humilde cuando hago cine. Como
director mi manera de actuar es la misma que como espectador. Es decir, soy el
primer espectador de mis películas. Doy por válida una toma cuando me emociona
especialmente”. Es evidente la predilección que Daniel Monzón siente
por el género fantástico, como demuestra El corazón del guerrero, su debut en
la dirección: “He hecho películas de género fantástico porque lo
adoro. De niño era mi género favorito. Posiblemente lo siga siendo. El cine de
género en general, y en concreto el fantástico, permite decir cosas muy
profundas e incisivas sobre cualquier tema. El espectador se encuentra con una
estructura que le resulta familiar y grata; de alguna manera, es una forma de
llevarlo de la mano. Pero por el camino te permite decir cosas personales
e interesantes”.
En esta ocasión, el director se ha centrado en un thriller con claras
reminiscencias de The Wire: “Eso habría que preguntarle
a Jorge (Guerricaechevarría), si consciente o inconscientemente la tenía más
presente. Yo no la podía tener porque, desgraciadamente no la he visto. Aunque
prometo hacerlo, porque todo el mundo me dice que es apasionante, y tengo
muchas ganas. Cuando ya no tenga que contarle cuentos por las noches a mi hija,
y deje de dormirme delante de la televisión. Pero me lo tomo como un halago. Y
de lo que he entendido, creo que comparte algo con la serie que a mí me gusta
mucho. Hay un desfile coral de personajes, y se ve tanto la parte de la ley
como la del otro lado. Y lo que pretendíamos era mostrarlos, no juzgarlos. Ya
me hubiera gustado hacer una serie. Tuvimos un primer guión que duraba más tres
horas. De hecho, el primer montaje duraba tres horas y pico”. Uno de los
grandes atractivos de El niño es su localización: “Es una película
en la que ves las fronteras. Hay dos continentes, Europa y África. Pero es que
luego hay tres nacionalidades. Reino Unido en Gibraltar, España y Marruecos.
Hay hasta dos mares que chocan ahí, el Mediterráneo y el Atlántico. Todo
aquello como que se confunde. Hay momentos de la película en los que no se sabe
muy bien si estamos en Marruecos o en España. La gente allí realmente está muy
cerca. Y las fronteras entre lo que es moral e inmoral también se diluyen.
Sobre todo en una zona como el Estrecho de Gibraltar, en la que la cultura del
contrabando es centenaria”.
Para el director era básico conocer la idiosincrasia de la gente del lugar: “Cómo
el lugar condiciona las actitudes. Porque si te has criado allí, y ves desde
pequeño el contrabando, pues no lo ves como una cosa delictiva. De hecho, en
una zona tan deprimida, con un índice de paro brutal, pues si tengo que pasar a
Gibraltar y cogerme cigarrillos para alimentar a mis hijos, pues lo hago. O a
Marruecos, a por hachís o lo que sea”. Para tratar de ser lo más fiel
posible a la realidad, Monzón tuvo numerosas charlas con verdaderos gomeros
(los que pilotan las lanchas): “Son más inconscientes que
delincuentes. Porque se meten en esto casi como si fuera un juego. Y luego ese
plus que les daba a ellos eso de desafiar a la autoridad. Nos caían bien, pero
eran unos inconscientes metidos en un lío muy gordo. Muchos de ellos habían
pasado por la cárcel, otros nos contaban de alguno que se había caído el mar
rompiéndose el cuello. Es muy peligroso. Pero nos dábamos cuenta de que lo que
más echaban de menos era la camarería que los unía. Porque suelen venir de
familias desestructuradas. Sentir que esos colegas con los que hacías estas
cosas eran como tus hermano”. Así que la decisión estaba clara: “Todo
esto hay que reflejarlo en la película. Porque películas de narcotráfico hemos
visto bastantes, pero no con esta peculiar idiosincrasia. Estos son los narcos,
y no Al Pacino en El precio del poder. Jorge y yo siempre hemos pensado que el
cine de género en España no pasa tanto por importar temas. Lo que está muy bien
de los americanos es el ritmo y la narrativa, pero los asuntos tienen que ser
cercanos. Creo que el espectador español agradece una película de
entretenimiento bien hecha, pero que le quede cerca lo que le cuentan”.
Para conseguir esa credibilidad fue básico el proceso de casting: “Tenía claro que la parte policial debía ser interpretada por actores extraordinarios como Luis Tosar, Eduard Fernández, Bárbara Lennie o Sergi López. Y la gran suerte es que todos ellos aceptaron ya desde el guión”. Al contrario, para los chavales se buscaron rostros desconocidos: “Si yo quiero buscar esa veracidad, ver a un actor que has visto en otras películas te distancia. Además yo quería reflejar esa frescura, cómo hablan y se comportan. Entonces, eso tenía que salir de la calle. Daba cierto vértigo, porque debían tener habilidad para conducir una lancha o un coche. Y luego, que tuvieran carisma y pudieran enfrentarse a actores de la talla de Luis Tosar”. Monzón trabajó estrechamente con las directoras de casting Eva Leire y Yolanda Serrano, e hicieron una exhaustiva selección: “Diseminamos por todo el sur parejas de personas a la búsqueda. Les dimos el guión y les explicamos qué estábamos buscando. Les dijimos que fueran a gimnasios, institutos, equipos de fútbol, la playa, discotecas. Grabad y buscad. Y cuando uno empieza a sospechar que esto no iba a funcionar, de pronto aparece Jesús Castro en Vejer de la Frontera. Nada más conocerle dije ahí está. El tipo que nos habíamos imaginado cuando lo escribíamos tiene cuerpo y cara. Porque yo creo que este tío tiene como un aura de estrella. Tiene una mirada que define todo. Además es interesante, no sólo guapo. Aguanta muy bien la cámara y habla con una templanza…esto es muy interesante”. No solo Castro salió de ese casting, también Saeb Mariam. Luego había que ver si funcionaban en juntos, también con Jesús Carroza, que sí era algo más experto: “Fui probando de forma separada, y luego los junté, a ver qué tal funcionaba. Porque tenían que destilar esa sensación de acabar siendo amigos. Y me tiré un año con ellos, a base de ensayar, de que fueran a entrenar con los coches, las motos…De esta manera íbamos todos cogiendo familiaridad, íbamos revisando el guión, y yo lo iba también adaptando a ellos. Ha sido un proceso que me ha tomado tiempo, pero también he disfrutado mucho. Yo estoy muy contento con el resultad en pantalla. El mayor reto que tenía como director era conseguir que el grupo de actores fuera homogéneo”.
Por último, Daniel Monzón nos habla de otro elemento clave de la película,
la magnífica música compuesta por Roque Baños: “Siempre me voy al
rodaje después de haber hablado con Roque, con una idea de por dónde va a tirar
la música más o menos. Ya una vez que está montada, extraemos la música del
propio ritmo que tiene la película. En la película hay dos universos, el de los
policías y el de los chavales. La banda sonora de los chavales es como más
luminosa, más étnica, más aferrada a Marruecos y el sur. Y la de los policías
es un tipo de música más de thriller. Cuando los muchachos y la policía están
juntos en escena esas dos sonoridades se entremezclan”. Pero en ningún
caso Monzón quería que la música quedara por encima de las imágenes: “Es
muy atmosférica, no es música sinfónica. No quería que fuera música orquestal
que nos remitiera a un tipo de cine como de Hollywood. Porque me daba miedo
perder ese sabor como auténtico que destila la película. Porque claro, con la
música te puedes equivocar mucho, porque tiene la capacidad de cambiar incluso
el sentimiento de una escena”.
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