Boyhood (Estados Unidos, 2014).
Dirección y guión: Richard Linklater.
Intérpretes: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Elijah Smith.
Fotografía: Rodney Becker, Shane F. Kelly.
Montaje: Sandra Adair.
Idiomas: Inglés, español.
Duración: 165 minutos.
Aquellas fotografías
Por Sofia Pérez Delgado
“Patience
and timing… Everything
comes when it must come. A life cannot be rushed, cannot be worked on a
schedule as so many people want it to be. […] We just pass through different
phases. There is no end. Humans have many dimensions. But time is not as we see
time, but rather in lessons that are learned.”
(Brian
Weiss)
Estamos acostumbrados a ver crecer y madurar a
personajes de sagas cinematográficas y series de televisión. Cuando este
proceso tiene lugar en una película, se recurre a diferentes actores o a
maquillaje, soluciones no siempre satisfactorias. También hay muchos trabajos
audiovisuales que han tratado diferentes etapas de la infancia y la
adolescencia. Lo que hace extraordinaria (entiéndase como “no habitual”, que no
única) a Boyhood, el proyecto rodado
en 39 días repartidos a los largo de 12 años de Richard Linklater, es aunar
estos dos aspectos en el ámbito de un solo filme; la coherencia y la constancia
que supone concentrar a los mismos actores para interpretar un único papel en
un período de tiempo tan extenso, y reducirlo a las cerca de tres horas de
duración. La percepción del tiempo y de la imagen que tiene habitualmente el
espectador se va a ver completamente alterada. No es de extrañar que Mason, el
protagonista interpretado por Ellar Coltrane, acabe descubriendo su vocación en
el medio fotográfico, ya que supone metáfora de la captura existencial que ha
hecho Linklater.
Boyhood es un trabajo de proporciones (y pretensiones) máximas. No tendría
sentido negarlo, ya que su propia concepción es la de realizar algo nunca hecho
antes. Linklater es perfectamente consciente de que está alcanzando un hito, y al
mismo tiempo contando algo fundamental, y no lo oculta. No nos equivoquemos, Boyhood es una película grande
disfrazada de película pequeña, y no al revés. En apariencia, es la historia indie de una familia en Texas,
desestructurada tras el divorcio de los progenitores, interpretados por el
actor fetiche de Linklater Ethan Hawke como padre (excesivamente) cool, y
Patricia Arquette como sufrida madre. Esto supondrá la base para asistir al
proceso de madurez de los dos hijos de la pareja, Samantha (Lorelei Linklater,
hija del director), y el pequeño Mason.
La ficción en Linklater muchas veces tiene carácter
documental, en el sentido de observar la realidad y dejar que las cosas sucedan
ante la cámara, mientras las conversaciones son en parte improvisadas por los
actores, convertidos en espontáneos guionistas. Esto crea en ocasiones un
exceso de diálogo, restándole las palabras fuerza a la imagen. Pero en
conjunto, Boyhood es una película que
fluye con una naturalidad propia de la vida real, gracias al uso magistral de
la elipsis y la introducción de elementos correspondientes a la situación
política y social, así como a la cultura popular, de cada
etapa que muestra. Guiños como los de Harry Potter o Star Wars resultan muy
frescos precisamente porque no son una recreación, sino que en el momento en
que se rodaban, eran la máxima actualidad. Es por eso que Boyhood es pasado, a la vez, presente continuo.
Linklater vuelve a centrar su interés en la
juventud, como hizo a principios de su carrera (y que nunca ha abandonado del
todo), dedicándole a esta fase la mayor atención. Es como si toda la primera
parte de la película fuera de transición, a la espera de que llegue la
adolescencia, que es el período determinado que le interesa. Algo parecido
ocurría en El árbol de la vida
(2011), en la que toda la parafernalia existencial de Terrence Malick parecía
una excusa para hablar de lo que realmente quería, que era la niñez. Linklater,
al contrario, pasa por encima de la niñez, como si esos años no fueran tan
fundamentales en la vida y la personalidad, algo sin duda muy subjetivo y
parcial.
Y es que Linklater tiene una propia historia
entera en la cabeza, y de ella va soltando retazos. Es su razón de ser la que sesga
la trascendencia que quiere y no puede alcanzar. Boyhood es un conjunto de momentos únicos e irrepetibles, junto a
otros algo forzados para la evolución de la historia, aspectos dramáticos que
no tienen la influencia que deberían, evoluciones e involuciones un tanto
aleatorias, e instantes más o menos relevantes que se queda en fuera de campo
narrativo. Una película tan irregular como pueden ser las sensaciones, los
sentimientos, los recuerdos… o las fotografías que repasamos para comprobar
cuánto hemos cambiado con el tiempo.
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