Gabrielle (Canadá, 2013).
Dirección y guión: Louise Archambault.
Intérpretes: Gabrielle Marion-Rivard, Alexandre Landry, Mélissa Désormeaux-Poulin, Vincent-Guillaume Otis, Benoît Gouin.
Música original: François Lafontaine.
Fotografía: Mathieu Laverdière.
Montaje: Richard Comeau.
Idiomas: Francés, inglés.
Duración: 90 minutos.
Al encuentro de la madurez
Por Manuel Barrero Iglesias
Entre las funciones que el cine lleva a cabo se encuentra la de dar
visibilidad a determinados temas que el grueso de la sociedad prefiere esconder
bajo la alfombra. La sexualidad de los discapacitados es uno de esos asuntos
espinosos al que los cineastas se van poco a poco acercando. Dos películas como
Nacional 7 (Jean-Pierre Sinapi, 2000) o Las sesiones (Ben Lewin, 2012) tratan
de forma muy directa el comportamiento sexual de hombres con algún impedimento
físico. En ambas, un actor profesional se pone en la piel del discapacitado que
reclama su derecho a una sexualidad digna. A pesar de los excelentes trabajos
de Olivier Gourmet y John Hawkes, estos no dejan de ser actores.
Aplaudimos la coherencia que demuestra cualquier director eligiendo como protagonista a alguien que realmente sufra la enfermedad en cuestión. Pero es que no hay otra opción viable si de lo que se quiere hablar es de la discapacidad intelectual. Un terreno en el que incluso es más delicado tratar la sexualidad, así que los cineastas que se atreven con el tema, lo hacen con la máxima delicadeza posible. Pensamos en un film como Yo, también (Álvaro Pastor, Antonio Naharro; 2009), en el que se establecía una interesante relación entre un hombre con síndrome de Down y una mujer "normal".
Si complicado es hablar sobre la sexualidad de un hombre con discapacidad, hacerlo sobre una mujer supone un paso más allá en el riesgo. Gabrielle pone en primer plano a una joven con síndrome de Williams, buscando esa verdadera visibilidad con una protagonista que realmente lo sufre. Una coherencia que se rompe con un casting que elige como partenaie a un actor que finge. Es posible que el director buscara un apoyo con el que sostener la parte actoral, pero el resultado es contraproducente. La diferencia se nota, la naturalidad se pierde, y ella resulta mucho más creíble que él.
Bien es cierto que un asunto siempre complicado como la química se resuelve bastante bien, fluyendo todo con mucha naturalidad. Pero son los instantes en los que Gabrielle está sola los que le dan valor a este trabajo. Esa lucha por ser independiente, y la frustración de no poder serlo. En la tensión interna que sufre el personaje surgen los momentos más auténticos. Más allá del despertar sexual, la película trata sobre el acceso a la madurez, con lo que todo ello implica. Gabrielle tiene el valor que le da su protagonista, pero se queda algo a medias en su exploración vital. Especialmente, en las relaciones con su entorno, demasiado inclinadas al didactismo.
Aplaudimos la coherencia que demuestra cualquier director eligiendo como protagonista a alguien que realmente sufra la enfermedad en cuestión. Pero es que no hay otra opción viable si de lo que se quiere hablar es de la discapacidad intelectual. Un terreno en el que incluso es más delicado tratar la sexualidad, así que los cineastas que se atreven con el tema, lo hacen con la máxima delicadeza posible. Pensamos en un film como Yo, también (Álvaro Pastor, Antonio Naharro; 2009), en el que se establecía una interesante relación entre un hombre con síndrome de Down y una mujer "normal".
Si complicado es hablar sobre la sexualidad de un hombre con discapacidad, hacerlo sobre una mujer supone un paso más allá en el riesgo. Gabrielle pone en primer plano a una joven con síndrome de Williams, buscando esa verdadera visibilidad con una protagonista que realmente lo sufre. Una coherencia que se rompe con un casting que elige como partenaie a un actor que finge. Es posible que el director buscara un apoyo con el que sostener la parte actoral, pero el resultado es contraproducente. La diferencia se nota, la naturalidad se pierde, y ella resulta mucho más creíble que él.
Bien es cierto que un asunto siempre complicado como la química se resuelve bastante bien, fluyendo todo con mucha naturalidad. Pero son los instantes en los que Gabrielle está sola los que le dan valor a este trabajo. Esa lucha por ser independiente, y la frustración de no poder serlo. En la tensión interna que sufre el personaje surgen los momentos más auténticos. Más allá del despertar sexual, la película trata sobre el acceso a la madurez, con lo que todo ello implica. Gabrielle tiene el valor que le da su protagonista, pero se queda algo a medias en su exploración vital. Especialmente, en las relaciones con su entorno, demasiado inclinadas al didactismo.
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