L'enlèvement de Michel Houellebecq (Francia, 2014).
Dirección y guión: Guillaume Nicloux.
Intérpretes: Michel Houellebecq, Mathieu Nicourt, Maxime Lefrançois, Françoise Lebrun, Luc Schwarz.
Fotografía: Christophe Offenstein.
Montaje: Guy Lecorne.
Idioma: Francés.
Duración: 96 minutos.
La ficción más real
En 2013, Guillaume Nicloux
dio un giro en su filmografía, compuesta sobre todo por thrillers de intriga
policiacos, con La religiosa, nueva
adaptación de la novela de Denis Diderot. El director vuelve ahora a cambiar de registro de forma radical, de un drama histórico a un falso
documental cómico, en El secuestro de
Michel Houellebecq, premiada en Tribeca. Del mismo modo que Diderot
utilizaba en su libro (al cual Nicloux hace un guiño en su último trabajo) un
personaje de ficción para hablar de un caso real, el realizador recrea un hecho
imaginario a través de un personaje existente. El polémico escritor Michel
Houellebecq (autor de, entre otras, Las
partículas elementales), que ya había colaborado con Nicloux con una
pequeña participación en el telefilm L'affaire
Gordji, histoire d'une cohabitation (2012), se interpreta a sí mismo en una
película imposible de entender sin su contexto.
En plena gira de presentación
de su novela El mapa y el territorio en
Septiembre de 2011, Houellebecq desapareció sin rastro durante días, lo cual
dio lugar a todo tipo de especulaciones, desde un secuestro perpetrado por
Al-Qaeda (sus fuertes declaraciones sobre el Islam le habían puesto en el punto
de mira) hasta su muerte. Nicloux y Houellebecq llevan a la pantalla una de
esas numerosas suposiciones, de las más paródicas y surrealistas posibles. El
escritor es secuestrado, sí, pero ni mucho menos por una organización
terrorista, sino por una variopinta cuadrilla formada por un encantador
matrimonio polaco, su hijo, un gitano y un culturista. ¿Por qué le secuestran?
Quién sabe. Aquí lo importante es el acto del rapto en sí, lo que sucedió esos
días, no los motivos ni las conclusiones.
Nicloux, como si se tratase
de un secuestrador más, lleva la ficción a los límites del documental (si es
que esos límites aún existen), introduciendo la cámara en la casa donde
Houellebecq permanece retenido, y haciendo pasar por auténticos los episodios
que tienen lugar en cada momento. Y es que algunas situaciones son tan absurdas
que solo pueden ser reales. La película es un Síndrome de Estocolmo casi a la
inversa, ya que Houellebecq termina por cogerles cierto cariño a sus captores,
pero serán ellos los que, aun desquiciados por sus excentricidades, acabarán
aprendiendo e incluso disfrutando con él. Ellos le tienen retenido físicamente,
pero él les retiene a ellos intelectualmente. Y no pierde ocasión de
demostrarlo.
Es aquí donde entra en juego
la peculiar personalidad del escritor, que ha hecho de sí mismo un personaje,
siendo esta película la culminación de esa transformación. Visiblemente
deteriorado en todos los sentidos, se ríe de él y de sus adicciones al tabaco y
al alcohol, y resulta imposible saber dónde empieza y acaba el auténtico
Houellebecq. Un ejercicio de exhibicionismo extremo, que complementa al retrato
suyo que realizó en El mapa y el
territorio, rodeado de un magnífico elenco de secundarios que parecen
pasárselo en grande con sus rarezas.
Al final, El secuestro de Michel Houellebecq no
aclara en absoluto la realidad de lo que le ocurrió en esos días en los que el
escritor desapareció del mundo. Todo apunta a que los pasó tranquilamente en su
casa en Almería. Una conclusión menos emocionante, y, por ende, mucho más
sencilla de lo esperado. Pero a la gente le gusta pensar y vivir como en una
novela. Y de eso se ríe Nicloux en la película: en ocasiones, la ficción
supera, mejora y hace más divertida la realidad.
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