Begin
Again (USA, 2014).
Dirección
y guión: John Carney.
Intérpretes:
Keira Knightley, Mark Ruffalo, Adam Levine, Hailee Steinfeld,
Catherine Keener.
Música
original: Gregg Alexander.
Fotografía:
Yaron Orbach.
Montaje:
Andrew Marcus.
Idioma:
Inglés.
Duración:
104 minutos.
Prefabricando lo auténtico
Hay
dentro de Begin Again una potencial gran
película que jamás termina de emerger. John Carney plantea
interesantes reflexiones sobre el actual panorama musical. La
reivindicación del artista frente a unos empresarios incapaces de
adaptarse a las nuevas leyes del mercado. La reivindicación del low
cost como fórmula de comunicación directa entre músico y público
aporta un punto de vista, algo naif, pero fresco e interesante.
Aunque su estructura narrativa -curiosamente entregada a los
parámetros hollywoodienses- resta fuerza a ese espíritu combativo.
Aún así, al film no le falta encanto. El problema es que
traiciona su misma esencia, y ni siquiera la etiqueta de
“producto amable” le hace justicia. La palabra adecuada para este
trabajo sería “fraude”.
Empecemos
con la interminable colección de estereotipos que pueblan la
película. Un productor musical más pendiente de lo artístico que
de lo musical, al que -obviamente- todo le va fatal. Alcoholizado,
separado de su mujer, sin mucha relación con su hija y despedido de
la empresa que él mismo creó. Tenemos a una ex-mujer, entre indie y
amargada, interpretada -oh, sorpresa- por Catherine Keener. Por otro
lado tenemos a un cantante que no lleva demasiado bien los cambios
que conllevan la fama. Y acabamos con el personaje fundamental. Una
artista con talento, bella y encantadora, a la que no le gusta la
parafernalia que rodea al mundo de la música.
Un
personaje interpretado por Keira Knightley, que efectivamente
está arrebatadora. Pero la decisión de casting condiciona todo el
proyecto. Ella es una actriz que canta para la ocasión. Todo lo
contrario que ocurría en Once, en la que los dos
protagonistas eran cantantes a los que entonces les tocó actuar. En
aquella película al menos había coherencia. Si se hubiera optado
por una verdadera compositora desconocida y con talento quizás las
canciones hubieran tenido realmente ese sonido fresco que parecen
buscar. Y no es que Knightley cante mal, pero no deja de ser una
estrella que se esfuerza por parecer creíble como cantante.
Al
hilo de todo esto, lo realmente grave es que en ningún momento nos
creemos que esas canciones hayan sido grabadas en la calle. Parece
que durante el rodaje se utilizó una técnica mixta que usaba
sonidos pregrabados con otros grabados in situ. Sea como fuere, el
resultado final suena mucho más artificial de lo que debería. Y
resulta muy frustrante que se vaya defendiendo la autenticidad a
través de lo artificioso. Ahí está el fraude de Begin
Again. Sólo la química entre Ruffalo y Knigtley -y la relación
que se establece entre ellos- consigue algún momento de verdadera
magia.
Una
última cosa que no se debe pasar por alto. A estas alturas
resulta bastante rancio que venga cualquier película con sus dosis
de moralina burda y evidente. Que el recorrido de reconciliación
personal pase por cosas como el abandono de la bebida y el
recatamiento a la hora de vestir, es digno de cualquier capítulo de
Padres forzosos. Un símbolo de lo que es una película a
la que se llena la boca de revolución, pero que no hace sino
mantener los modelos imperantes.
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