Tian
zhu ding (China-Japón-Francia, 2013)
Dirección
y guión: Jia Zhang-Ke.
Intérpretes:
Jiang Wu, luo Lanshan, Meng Li, Wang Baoqiang, Zhang Jia-yi, Zhao
Tao.
Música
original: Lim Giong.
Fotografía:
Nelson Yu Lik-wai.
Montaje:
Matthieu Laclau, Weixin Liu.
Idiomas:
Mandarín, cantonés, inglés.
Duración:
133 minutos
Entender
la violencia
¿Qué
tienen en común un trabajador de una mina que decide tomarse la
justicia por su mano, un impasible ladrón, la amante de un hombre
poderoso, y un chico que intenta encarrilar su vida yendo de trabajo
en trabajo? No mucho en apariencia, pero el director chino Jia
Zhang-Ke traza una espiral común que les une a ellos, y a todos en
general: la violencia. En su última película, Jia realiza un
intenso estudio de los distintos tipos de acción violenta (la
física, la verbal, la emocional…), y los diferentes motivos que
llevan a aplicarla: justicia, ambición, miedo, amor, tristeza…
Todo ello impulsado por la conflictiva situación social de China,
ofreciendo un amplio panorama de las circunstancias del país a
partir de cuatro relatos reales.
Como
se puede imaginar a poco que se sepa de la película, el “toque”
del título es un eufemismo: las muertes son excesivas, brutales,
efectistas y sangrientas. Y también episódicas, contrastando con el
ritmo casi contemplativo del resto de la cinta. Se incide así en la
descripción de la manera abrupta en la que los actos violentos hacen
su aparición dentro de las vidas ordinarias. Con un guion ganador el
año pasado en Cannes, Jia enlaza elementos del western
crepuscular, el thriller o el drama romántico y social sin apenas
transiciones, aunque la introducción de algunos personajes
resulta forzada. Los protagonistas deben hacer frente a la ambigüedad
moral de sus actos, que afectan a su entorno, pero sobre todo
influyen en ellos mismos.
Se
le puede achacar a Jia algo de falta de sutileza, paseándose por la
fina línea entre el realismo y el tremendismo.
Jia recoge el modelo de historias occidental del que Alejandro
González Iñárritu se ha convertido en el principal representante,
y de hecho podemos observar mucho del realizador mexicano en Un
toque de violencia,
especialmente en la manera de llevar a sus personajes al límite de
su resistencia, como vemos en los interpretados por Jiang Wu,
espléndido protagonista de la primera (y la mejor) historia, o Zhao
Tao, actriz fetiche del director.
Jia
no solo utiliza la violencia como un motivo argumental, sino que
también explora sus posibilidades estéticas. De esto modo, aplica
su experiencia en el cine documental a través del naturalismo con el
que muestra la vida diaria en pueblos y ciudades pequeñas, pero con
una recreación muy estilizada de las escenas de violencia,
concebidas como coreografías, influidas por el wuxia,
género exclusivamente chino sobre las artes marciales. Una danza
macabra en la que Jia prolonga los momentos de tensión de forma
angustiosa en las dos primeras historias (las más efectivas),
mientras que en las dos últimas se enfrenta a la dureza de forma más
seca, rápida y directa. La fotografía de Yu Likwai contribuye
además a la intensidad de estos momentos, con la expresiva y anti
naturalista utilización del rojo, a diferencia del gris que enmarca
los conflictos internos de los personajes.
Un
toque de violencia
es un fresco pesimista de un país cada vez más en auge económico,
al mismo tiempo que cada vez más en decadencia humana.
Aun así, dentro de este impasible retrato, la voz de Jia se
materializa como un oasis, porque a pesar de la crueldad de la
atmósfera, el afecto que el director siente hacia los sujetos
individuales parece dejar entreabierto un camino a la esperanza.
Aunque tiene una situación muy concreta, el ensayo sobre la
violencia de Jia se puede traducir a otros muchos lugares. Un
universal ejercicio de comprensión y análisis que debería ser, por
sus valores, de visión imprescindible.
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