La cueva (España, 2014).
Dirección y fotografía: Alfredo Montero.
Intérpretes: Marta Castellote, Xoel fernández, Eva García-Vacas, Marcos Ortiz, Jorge Páez.
Guión: Javier Gullón, Alfredo Montero.
Música original: Carlos Goñi.
Montaje: Alfredo Montero, Nacho Ruiz Capillas.
Idioma: Español.
Duración: 80 minutos.
Los recovecos del terror
Los recovecos del terror
Por Manuel Barrero Iglesias
Dos amigos perdidos en medio de la naturaleza. Eso es Gerry (Gus Van Sant, 2002), una de las obras norteamericanas más importantes de este siglo. La incapacidad del hombre moderno para relacionarse con el entorno natural. La lucha -reducida a su mínima expresión- del ser humano contra la naturaleza. Una generación que cree controlarlo todo, pero incapaz de resolver cualquier pequeña dificultad surgida fuera de su zona de confort.
Alfredo Montero también parte de un grupo de jóvenes inconscientes que subestiman el poder de los elementos naturales. En este caso, la situación es más extrema aún, ya que el extravío se produce dentro de una cueva, lo que imposibilita del todo la opción de encontrar agua potable o comida. El desarrollo de La cueva poco tiene que ver con el experimento de Van Sant, ya que Montero construye su relato sobre una estructura muy reconocible: la del cine de terror. El director dignifica una técnica pervertida, de la que se ha abusado demasiado en los últimos años. Y es que pocos filmes han sido capaces de justificar el uso del found footage; algo en lo que Montero pone especial cuidado, para que cada momento en el que la cámara esté grabando tenga un mínimo de lógica.
La apuesta formal tiene todo el sentido, ya que el film apela a nuestros miedos más básicos, lo que se ve ampliado con el uso del metraje encontrado. No hay elementos sobrenaturales, el villano externo no existe. Cinco jóvenes. Una cueva. Y el instinto de supervivencia. El monstruo está dentro de cada uno de nosotros. Aunque quizás esa responsabilidad caiga de manera demasiado evidente en uno de los protagonistas, al en alguna ocasión cuesta algo creer. Pero tampoco podemos reprochar demasiado en la construcción de unos personajes que funcionan a la perfección. ¿Son estúpidos? Sí. ¿Son irritantes? También. Pero de eso se trata, de ver como la idiotez de cinco descerebrados sufre su merecido castigo.
Es más, durante su primer tramo la película se esfuerza en acercarnos a ellos. No estamos hablando de una construcción psicológica compleja, ni mucho menos. No debemos olvidar que el esquema a seguir es el del slasher. Pero sí se agradece la naturalidad con la que se desenvuelven en esos compases iniciales. Una espontaneidad que tiene momentos tan gloriosos como ese impagable plano anal. Luego ya en la cueva, puede haber algún momento puntual en el que alguna reacción no nos convenza del todo. Pero son los menos. Por lo general, la mayoría de comportamientos se mueven dentro de la lógica.
Es esa obsesión por hacerlo todo tan real la clave del éxito de La cueva. Lo que la hace especial es su propia concepción, y el estar rodada en escenarios naturales le otorga una enorme dimensión. El cine crece cuando intenta ir más allá. Alfredo Montero es valiente y se arriesga con un rodaje infernal. Corrijo, con dos. Porque estamos ante una película que se presentó en 2012 en Sitges, donde fue vista por los responsables de Morena Films, quienes propusieron la posibilidad de rodar nuevo material que mejorara la versión anterior (la espectacular secuencia acuática, por ejemplo). En cualquier caso, la esencia es la misma. Y la determinación de rodar en entornos naturales, inquebrantable.
Una admirable coherencia en la propuesta que nos hace sentir el terror muy cercano. Sufrimos con unos personajes que a su vez reflejan el sufrimiento de los intérpretes. En esa búsqueda de los límites, el autor exige a su equipo -y a sí mismo- un esfuerzo brutal. Y la recompensa es una película que duele. Un film que siente en cada golpe y en cada paso estrecho. Y ahí radica su valor. Más allá de ser una efectiva cinta de terror, que lo es. Incluso por encima de sus interesantes reflexiones sobre el carácter depredador del hombre para con su propia especie.
Una película que versa sobre la incapacidad del hombre contemporáneo para interactuar con la naturaleza, debe que transcurrir en la misma. Por eso no damos crédito ante las noticias de un remake americano que se rodaría en un estudio. No tiene sentido hacer esta película en un decorado de cartón piedra. Se perdería toda la esencia de una obra que demuestra que el terror sigue muy vivo.
La apuesta formal tiene todo el sentido, ya que el film apela a nuestros miedos más básicos, lo que se ve ampliado con el uso del metraje encontrado. No hay elementos sobrenaturales, el villano externo no existe. Cinco jóvenes. Una cueva. Y el instinto de supervivencia. El monstruo está dentro de cada uno de nosotros. Aunque quizás esa responsabilidad caiga de manera demasiado evidente en uno de los protagonistas, al en alguna ocasión cuesta algo creer. Pero tampoco podemos reprochar demasiado en la construcción de unos personajes que funcionan a la perfección. ¿Son estúpidos? Sí. ¿Son irritantes? También. Pero de eso se trata, de ver como la idiotez de cinco descerebrados sufre su merecido castigo.
Es más, durante su primer tramo la película se esfuerza en acercarnos a ellos. No estamos hablando de una construcción psicológica compleja, ni mucho menos. No debemos olvidar que el esquema a seguir es el del slasher. Pero sí se agradece la naturalidad con la que se desenvuelven en esos compases iniciales. Una espontaneidad que tiene momentos tan gloriosos como ese impagable plano anal. Luego ya en la cueva, puede haber algún momento puntual en el que alguna reacción no nos convenza del todo. Pero son los menos. Por lo general, la mayoría de comportamientos se mueven dentro de la lógica.
Es esa obsesión por hacerlo todo tan real la clave del éxito de La cueva. Lo que la hace especial es su propia concepción, y el estar rodada en escenarios naturales le otorga una enorme dimensión. El cine crece cuando intenta ir más allá. Alfredo Montero es valiente y se arriesga con un rodaje infernal. Corrijo, con dos. Porque estamos ante una película que se presentó en 2012 en Sitges, donde fue vista por los responsables de Morena Films, quienes propusieron la posibilidad de rodar nuevo material que mejorara la versión anterior (la espectacular secuencia acuática, por ejemplo). En cualquier caso, la esencia es la misma. Y la determinación de rodar en entornos naturales, inquebrantable.
Una admirable coherencia en la propuesta que nos hace sentir el terror muy cercano. Sufrimos con unos personajes que a su vez reflejan el sufrimiento de los intérpretes. En esa búsqueda de los límites, el autor exige a su equipo -y a sí mismo- un esfuerzo brutal. Y la recompensa es una película que duele. Un film que siente en cada golpe y en cada paso estrecho. Y ahí radica su valor. Más allá de ser una efectiva cinta de terror, que lo es. Incluso por encima de sus interesantes reflexiones sobre el carácter depredador del hombre para con su propia especie.
Una película que versa sobre la incapacidad del hombre contemporáneo para interactuar con la naturaleza, debe que transcurrir en la misma. Por eso no damos crédito ante las noticias de un remake americano que se rodaría en un estudio. No tiene sentido hacer esta película en un decorado de cartón piedra. Se perdería toda la esencia de una obra que demuestra que el terror sigue muy vivo.
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