La fille du 14 juillet (Francia, 2013).
Dirección
y guión: Antonin
Petetjatko.
Intérpretes: Vimala Pons, Grégorie Tachnakian,
Vincent Macaigne, Marie-Lorna Vaconsin, Thomas Schmitt.
Música
original: Thomas de
Pourquery, Julien Roig.
Fotografía: Simon Roca.
Montaje: Carole Le Page, Antonin Petetjatko.
Idioma: Francés.
Duración: 88 minutos.
La
escuela de la vida
“Cuando la vida me deprime, desaparezco. Demasiadas desilusiones. Desaparecer es genial. A veces siento que nací en el planeta equivocado. Estoy fuera de onda. ¿Cómo vivir? Solo aprendí una cosa con la edad: cuando más avanza, pierdo pie.”
El día 14 de Julio de
1789 tuvo lugar la toma de la Bastilla en París, un levantamiento que supuso el
origen de la Revolución francesa, y la caída de la monarquía absolutista y del
gobierno del Antiguo Régimen. Desde 1880, esa fecha quedó declarada como día de
fiesta nacional en Francia, celebrada cada año con todos los honores propios
del orgullo patrio. Sin embargo, para Hector, vigilante en el Museo de Louvre,
el 14 de Julio va a marcar su vida por algo completamente diferente: ese es el
día que se enamora de Truquette, una misteriosa joven. Con la intención de
conquistarla, Hector y su excéntrico amigo Pator se embarcan en un road-trip
en el que encontraran no pocos obstáculos para conseguir sus objetivos.
En
La chica del 14 de Julio, Antonin Petetjatko se ríe descaradamente del
sentimiento de dignidad nacionalista. Esta ópera prima es una deslavazada
sucesión de influencias, integradas de forma disparatada, en la que el director
deja clara su preocupación por el auge de la extrema derecha en su país (que quedó confirmado un año después
de la presentación de la película en Cannes, con el triunfo del Frente Popular
en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado Mayo), y con ello, la
reinstauración de una sociedad estamental. Los personajes viven en una Francia
caricaturizada (pero nunca abstraída de la realidad) en la que los problemas se
resuelven a tiros, los villanos traman sus planes según las indicaciones de un
libro de seducción, y el verano dura un mes menos, ya que el gobierno decide
adelantar un mes la vuelta de las vacaciones, exigiendo un esfuerzo extra a los
trabajadores para recuperar las pérdidas económicas generadas por las propias clases
políticas.
Un círculo vicioso que
tiene su reflejo en los protagonistas, para los cuales el fin adelantado del
verano supone un retorno a la mediocridad de sus vidas. Peretjatko construye caracteres que, desde su aparente simpleza
y despreocupación, representan el vacío existencial de una generación
desmotivada. Interpretados por, entre otros, la encantadora Vimala Pons, el
entrañable Grégoire Tachnakian, o el extravagante Vincent Macaigne (nominado al
César al mejor actor revelación), se trata algunas de las muchas almas
solitarias que habitan en París, lejos de ser aquí la ciudad del amor, la luz y
la esperanza. La época estival se convierte así en un cambio dentro de la
monotonía, escapando de la soledad, los trabajos temporales y los títulos inservibles,
y dejando que sea la vida y sus experiencias las que les den las lecciones.
Cine referencial donde
los haya, sobre La chica del 14 de Julio planea la vanguardista sombra
del primer Godard, del que toma (e
imita) su experimentación, propia de la modernidad. De hecho, es muy destacable la manera en la que
resalta la estética kitsch a través del tono irónico de la cultura pop.
Pero las alusiones cinematográficas son incontables, desde Woody Allen (eso momento de “si la vida fuera siempre así”),
hasta el propio cine francés actual. La película sigue una corriente actual de
comedias surrealistas realizadas en el país vecino, y que en su visión naif del
amor recuerda a cintas recientes como Main dans la main (2012) de Valérie Donzelli.
Y es que, en el fondo, La
chica del 14 de Julio no es más que un cuento. Crítico, sí, y
contextualizado en una época muy concreta, pero una historia romántica al fin y
al cabo, que recupera la visión idealista y bohemia del amor como solución a
todos los problemas. No hay duda de que Peretjatko sabe canalizar una situación
cuanto menos deprimente a través de la alegría y el optimismo. Sin embargo, la absurda miscelánea acaba por saturar un
trabajo en el que se echa en falta una auténtica personalidad propia.´
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