I, Frankenstein (Australia-USA, 2014)
Dirección: Stuart Beattie.
Intérpretes: Aaron Eckhart, Yvonne Strahovski, Bill Nighy, Miranda Otto, Socratis Otto, Jai Courtney, Kevin Grevioux.
Guión: Stuart Beattie, sobre la novela gráfica de Kevin Grevioux.
Música original: Johnny Klimek, Reinhold Heil.
Fotografía: Ross Emery.
Montaje: Marcus D'Arcy.
Idioma: Inglés.
Duración: 93 minutos.
¿Tú también, Frankenstein?
Por Miguel Montañés
Cuando uno va a un parque temático por primera vez y se acerca a la atracción estrella (que generalmente es la más bestia) suele suceder algo curioso. El neófito da alguna que otra vuelta alrededor, sopesa los efectos que puede producir semejante cacharro y, finalmente, armándose de valor, se sube. El recorrido empieza con el pánico natural, pero conforme la cosa avanza y se llega al final, todo termina con esa sensación de: “bueno, no era para tanto”. Cuando uno ve el adelanto de Yo, Frankenstein opera de una forma parecida ante la película que se le viene encima. Dentro ya de la sala, el comienzo, naturalmente, no promete. Y al abandonar la butaca no queda otra que asombrarse. “Vaya. Es admirable lo que ha conseguido esta gente. Parecía que no podía ser tan mala como anunciaba el trailer y resulta que es todavía peor.”
La trama es más o menos la siguiente: el monstruo de Frankenstein —rebautizado aquí como Adam— se ve metido en medio de la enésima guerra entre las fuerzas del bien y las del mal. Varias legiones de demonios comandados por el Príncipe Naberius de una parte, una hueste de ángeles transmutados en gárgolas por la otra. Naberius necesita hacerse con Adam (o todavía mejor, con el diario de su creador, en el que están anotadas las instrucciones para dar vida a un hombre formado por piezas de otros) con el propósito de engendrar un ejército de individuos sin alma a los que poder poseer y, por tanto, servir de vehículo a cuantos más espíritus malignos mejor. Leonor, emperatriz angélica, tendrá que impedírselo con ayuda de los suyos.
Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux, Yo, Frankenstein supone un intento absolutamente fallido por recuperar a uno de los monstruos más míticos de la historia del cine. Si vampiros, momias, hombres lobo y otros insignes delegados del género han sufrido su escarnio recientemente, ahora le toca el turno al Prometeo imaginado por Mary Shelley, que, suponemos, estará revolviéndose en su tumba a base de bien. El despropósito recuerda tanto a aquel otro bodriete memorable que fue Van Helsing (2004), que cualquier añadido disparatado que hubiese querido incorporar Stuart Beattie, director y guionista, habría tenido cabida. Illuminati, por ejemplo. Qué demonios. Illuminati zombis. Eso podría haber salvado la película. ¿Por qué no? Empeorarla no la iba a empeorar.
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