Por Román Puerta Ardura
La
historia de estos dos dirigentes del partido comunista de San
Petersburgo que nos cuenta Alina Polunina en clave de comedia
documental es, ante los espectadores occidentales, un juego, a ratos
infantil, a ratos cercano a lo burlesco. Para ojos de cierta
población rusa que añora el pasado comunista ,el relato de estos
dos convencidos de su pasado reciente, y cuya vuelta supondría un
hipotético regreso del esplendor ruso, puede resultar hasta
atractivo.
Este
documental nos presta una máscara para ver una realidad superada por
la realidad política mundial. Los personajes son desdibujados por la
directora hasta el límite del ridículo pero sin dejar de tener una
mirada comprensiva y cariñosa hacia ellos.
El
comunismo, en Rusia, o en Nepal, se ha transformado, al igual que
cualquier práctica política en el mundo, hasta extremos que
desdibujan cualquier coherencia personal en su desarrollo. Y estos
dos patéticos personajes que nos presenta Alina Populina y, que
tenemos que recordar son reales, son la representación de un mundo
donde han desaparecido referentes ideológicos y políticos.
Así
este documental resulta gracioso en su planteamiento por el
infantilismo de sus protagonistas, pero alcanza un cierto tono de
enquistamiento en el desarrollo de la historia que se alarga
innecesariamente en redundancias, repeticiones y desviaciones de la
trama principal.
La
profunda preocupación de los dirigentes rusos por el devenir del
comunismo en el vecino Nepal, se torna en cómica, casi esperpéntica.
No llegamos a entender que puedan seguir existiendo estos “miembros
del Consejo de la Ciudad de San Petersburgo” y que se crean
realmente lo que están haciendo. Pero la directora toma bien el
pulso a la historia porque ella misma se toma a broma la misma.
Esos
encuentros con los maoístas y con los marxistas leninistas nepalíes
me recuerdan, en algo, al patetismo de los personajes de The Act of Killing.
Personas que se creen realmente lo que han hecho, lo que piensan, lo
que pretenden para el futuro pero que a la vista de una cierta parte
de la humanidad parecen personajes de un tebeo o de un cómic, clowns
de una realidad superada en el mundo hiperdesarrollado de occidente o
del sudeste asiático.
Populina
se mete en la piel de estos dirigentes preocupados por el futuro del
legado de Lenin y nos transmite ese patetismo con varios episodios
realmente hilarantes, como la visita a la embajada de Corea para dar
las condolencias (a todo el que pasa por delante) por la muerte del
máximo dirigente de ese país (sin desperdicio cada una de las
escenas dentro del recinto diplomático), las entrevistas con los
presidentes de los 2 partidos comunistas nepalíes enfrentados no sé
sabe muy bien por qué o el mítin espontáneo de uno de ellos por
las calles nepalíes vociferando la unión de todos los trabajadores
del mundo e intentando que el conductor del rickshaw se suba al
carromato como cliente, pero comete algún error grave en el control
del tiempo narrativo que perjudica la comprensión de dónde estamos
en cada momento.
Así
podemos llegar a considerar, finalmente, Nepal
forever
como una parodia de una realidad y unos personajes que, sacados de un
rincón del mundo donde se están “cociendo” en la actualidad
muchos futuros, demuestran su comunismo confundiendo el legado de
Lenin con la realidad inescrutable de Putin o criticando a su antiguo
dirigente Ziugánov, reivindicando un legado de izquierdas. Estos dos
dirigentes son representantes de un pasado reciente pero que parecen
salir de la prehistoria política histórica. Hasta sus propios
compatriotas les echarán en cara su patético mitin en la plaza
repartiendo condecoraciones robadas. Pero lo que no se les puede
echar en cara es su intensa capacidad de ser fieles a sus propios
ideales ni a la directora el representarlos tal como son, una
reliquia del pasado. Pero ya sabemos por la experiencia histórica
que las reliquias se pueden convertir de la noche a la mañana en
modernidad vintage.
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