Por Manuel Barrero Iglesias
Se
lleva muchos años discutiendo acerca de los límites -cada vez más
difusos- entre ficción y documental. De hecho, muchos prefieren usar
el término no ficción para referirse a ese cine que se supone
trabaja sobre la realidad. Como decimos, los límites son cada vez
menos claros. Toda realidad tiene algo de ficción, y toda ficción
tiene algo de realidad.
En
los últimos tiempos, ese cajón de sastre con el que se etiqueta al
cine documental experimenta una transformación en la que los códigos
del cine de género están cada vez más presentes. Recordemos esa
primera mitad de Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012),
construida como todo un thriller a lo Zodiac (David Fincher,
2007). Y a ese género recurre también Nadav Schirman en The
Green Prince, la historia del hijo de uno de los lideres de
Hamás que trabajó durante años como espía para Israel. Lo potente
del relato se encuentra en la relación establecida entre el espía y
su supervisor. Una lealtad mutua que se contrapone a ese entorno
lleno de odio y violencia. Pero hasta llegar ahí, el director se
empeña en dar importancia a una intriga que construye con infinita
torpeza. Recursos como la música omnipresente o las secuencias de
recreación remiten al cine de espías de segunda o tercera fila. No
hay ninguna sutileza en el desarrollo de una trama que abusa del
efectismo barato para crear tensión.
Two
Raging Grannies es a la
vez comedia y road movie. Dos ancianas deciden indagar sobre los
motivos que nos han llevado a la actual situación de crisis, en un
viaje que las lleva de Seattle hasta Wall Street. También hay
construcción en este film, pero de manera menos manipuladora. El
director propicia situaciones de continua interacción entre las
protagonistas, de cuyos caracteres antagónicos surgen los momentos
más hilarantes. Estamos ante la típica relación de un buddy film;
eso sí, sustituyan dos hombres de mediana edad por dos mujeres
mayores. Y dentro de la aparente ligereza de su tono se esconden un
buen puñado de reflexiones valiosas. Tanto en la forma de afrontar
la proximidad de la muerte, como en la manera que la sociedad se
enfrenta a las injusticias del mundo.
Thriller,
comedia... y ciencia-ficción. Bugarach
se mete en terrenos poco frecuentados por el documental, y se nos
presenta como una película sobre el fin del mundo. Un pequeño
pueblo francés se anuncia como el único lugar del planeta que
sobrevivirá al apocalipsis profetizado por los mayas. Aquí la
manipulación de los directores -que está presente a la hora de
propiciar encuentros- es menos visible aún. Su labor es la de estar
durante meses observando a la gente -tanto autóctona, como
visitante- para luego contar algunas de las historias que allí
transcurren. Es decir, su objetivo no está delimitado antes del
proyecto, sino que surge con el trabajo de campo. En este sentido, su
obra conserva un bonito componente aleatorio, alejado del férreo
control que hay en The Green
Prince. Y en estas pequeñas
historias de personajes tan variopintos, volvemos a observar unas
cuantas reflexiones sobre la naturaleza humana. Aunque los autores
parecen decantarse por mostrar el absurdo en todo su esplendor.
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