The Selfish Giant (Reino Unido, 2013).
Dirección y guión: Clio Barnard.
Intérpretes: Conner Chapman, Shaun Thomas, Ralph Ineson, Ian Burfield, Everal Walsh.
Música original: Harry Escott.
Fotografía: Mike Eley.
Montaje: Nick Fenton.
Idioma: Inglés.
Duración: 91 minutos.
Los niños de la chatarra
Por Jorge Marugán
Uno de los nombres que empiezan a sonar con fuerza en la cinematografía británica es el de Clio Barnard. Lo hace con tan sólo dos largometrajes, siendo el que nos ocupa el segundo de ellos y el primero puramente de ficción, tras el aclamado documental The Arbor. Precisamente Arbor es el nombre del singular protagonista de The Selfish Giant, un niño de trece años con hiperactividad diagnosticada, residente en un barrio marginal inglés junto a su madre y su conflictivo hermano, sin ganas de estudiar y con un único amigo, Swifty.
Se trata, por tanto, de una nueva muestra de cine social inglés. Barnard se une al grupo de cineastas que, con Ken Loach a la cabeza, no han dejado de mostrar esa cara de la sociedad a la que el Estado es incapaz de dar respuestas. Arbor y Swifty no las encuentran ni en casa ni en la escuela, por lo que terminan llenando su vacío trabajando ilegalmente para un chatarrero.
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La película, contada desde los ojos de Arbor, es más una exposición hiperrealista que una crítica expresa. La directora muestra los hechos y se apoya en cualquier elemento del entorno para contextualizar su historia (el uso del sonido ambiental, los escasos verdes pastos invadidos por la actividad industrial, etc). Un hiperrealismo en el que, sin embargo, también hay cabida para la poesía. Barnard introduce ciertos planos fijos de gran belleza que le sirven para templar el ritmo pero también para sugerir el fatal desenlace. Es destacado el ritmo narrativo que ha pretendido lograr Barnard, quien alterna esos planos reposados entre escenas de montaje frenético (con el que se resalta la hiperactividad de Arbor) en post de una cadencia tan personal como bien medida, todo está armonizado como la disparidad entre la personalidad de los dos amigos –uno nervioso, transgresor, el otro tranquilo, bonachón- que les lleva a ser prácticamente inseparables. Al fin y al cabo es en el dibujo de sus dos protagonistas donde la película encuentra su principal punto de interés, por lo que es lógico que el ritmo esté marcado por ese contraste. Sin embargo, la duración de los encuadres más poéticos pueda resultar algo excesiva.
Aunque sin la contundencia de otros filmes recientes como Redención (Tyranossaur) de Paddy Considine, el final de este The Selfish Giant también consigue impactar en el espectador y dejarle cierto poso.
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