Por Manuel Barrero Iglesias
Melaza (Carlos Lechuga. Cuba, 2012)
Cuba es más que La Habana.
Más allá de una ciudad de una personalidad tan arrolladora y en la que se
respira tanto cine, existe todo un país con sus luces y sombras. Un territorio
como de otro tiempo, un oasis que trata de resistir ante la invasión imperialista
del gigante norteamericano.
Una resistencia difícil y
que no siempre reporta consecuencias positivas para sus habitantes. Melaza es el retrato de las dificultades
de una familia dentro del –desconocido para el gran público- entorno rural
cubano. El cierre del molino de azúcar acaba con la vida de un pueblo que no
sabe cómo seguir adelante sin él.
La pareja protagonista
desprende esas vitalidad y sensualidad tan caribeñas. La primera vez que aparecen en
pantalla lo hacen retozando en un entorno desolado. Ellos tratan de mantener la
alegría, algo complicado cuando comparten espacio reducido con una anciana y
una niña. Tampoco es sencillo salir adelante cuando el trabajo ha volado y la picaresca
es perseguida con severidad por leyes moralizantes.
Una película sencilla y
directa, que nos habla de la dualidad que vive en Cuba, pero haciendo hincapié
en lo dura que resulta la cotidianidad cuando la esperanza parece haber emprendido un viaje sin retorno.
Después de la generación feliz (Miguel Ángel Blanca. España, 2014)
Miguel Ángel Blanca es el responsable de un proyecto tan emocionante como
YourLostMemories. Una recopilación de películas caseras sin dueño
–fundamentalmente en Super 8- que se ha ido encontrando por el mundo. Filmes
disponibles para que los posibles protagonistas puedan recuperar esos
fragmentos de su vida. De ahí surgió un film que reflexionaba sobre imágenes y
recuerdos.
Ya
en solitario -el anterior trabajo estaba codirigido por Alejandro Marzoa-
Blanca va un paso más allá en el proceso de experimentación con las formas.
Después de la generación feliz recurres a imágenes VHS para ilustrar un cuento
tétrico narrado por la voz en off de una niña. “La mayoría de las canciones
populares infantiles esconden, tras esos inofensivos versos, macabros episodios
de nuestra historia”. Esta cita de Wihelm Grimm abre el film para vertebrar
todo su discurso. Detrás de la luz se esconde la oscuridad. Y las caras felices
que se muestran a cámara tienen tras de sí oscuros secretos que ocultar. El
film logra crear inquietud a través de ese contraste entre imagen y sonido,
entre lo que se ve y lo que se esconde.
Pero
el gran hallazgo de este trabajo está en el apartado musical. El grupo que
interpreta -grabadas en directo- versiones de canciones populares termina dando
a toda la experiencia un punto aún más perturbador. Una obra que combina sus
elementos para hacernos partícipes de un apasionante viaje sensorial.
El lugar del hijo (Manuel Nieto. Uruguay, 2013)
Uruguay
y sus crisis en 2002. El film comienza con una reunión estudiantil
en la que se discuten las líneas a seguir en la lucha. De repente,
todo cambia para Ariel, quien recibe la noticia del fallecimiento de
su padre. Así se ve obligado a abandonar la capital para solucionar
los asuntos pendientes al quedar huérfano. Y lo que se encuentra es
un problema en forma de herencia.
Un
padre que deja una gran cantidad de deudas, pero también unas
propiedades de grandes posibilidades. La metáfora que habla de la
situación del país está servida. Una generación que ha dejado la
nación hecha un asco por no aprovechar los inmensos recursos de los
que se disponen. Y otra generación que se tiene que hacer cargo de
la situación, pero que ni sabe ni quiere hacerlo. Ni uno ni otros
quedan demasiado bien parados en el retrato que el director hace
sobre los movimientos de lucha obrera/estudiantil.
Es
El lugar del hijo una película que se presenta valiente en la
elección de un actor protagonista con una ligera -pero notoria-
discapacidad, sin por ello hacer hincapié en ese aspecto. La
extrañeza, e incluso incomodidad que puede producir supone un paso
(real) hacia la integración.
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