Prince
Avalanche (Estados Unidos, 2013).
Dirección:
David Gordon Green.
Intérpretes:
Paul Rudd, Emile Hirsch, Lance LeGault, Joyce Payne, Gina Grande.
Guión:
David Gordon Green, sobre la película Á
annan veg escrita por
Hafsteinn Gunnar Sigurðsson.
Música
original: Explosions in the Sky, David Wingo.
Fotografia:
Tim Orr.
Montaje:
Colin Patton.
Idioma:
Inglés.
Duración:
94 minutos.
La
vida, ese paréntesis
Por
Antonio Cabello
Tan
inclasificable como su director, Prince
Avalanche es
el ejemplo perfecto de que un paréntesis, si se trabaja, puede
erigirse en una obra polimorfa, capaz de mutar a su antojo. Ahora
bien, el trabajo que logra David Gordon Green es sumamente difícil
(e inesperado), aunque el cineasta adapta el filme islandés Either
Way (2011) hasta las últimas consecuencias, consciente de que semejante
película apenas tendrá carrera comercial.
El
director que ha cosechado el premio por su trabajo en el Festival de
Berlín, también ha firmado obras tan dispares como Superfumados (2008) o Snow
Angels (2007),
coqueteando en ésta última con el telefilme de baja calidad. No
obstante, la carrera de Gordon Green presenta similitudes con Prince
Avalanche,
sobre todo por su énfasis en los dúos protagonistas y en el agreste
entorno forestal, pero también por la aparición del
existencialismo; características que podemos apreciar en esta
historia protagonizada por unos jóvenes cuñados (Paul Rudd y Emile
Hirsch) que trabajan pintando las líneas de una carretera forestal,
aunque también veremos a un camionero borracho y a una mujer
consumida. Profundamente solitario, el bosque aledaño también se
recupera de un incendio que devastó árboles y casas, e incluso
provocó la desaparición de cuatro personas.
El
filme comienza de forma análoga a una línea continua, que
posteriormente, deja paso a un paréntesis discontinuo, intermitente
e irregular. “Prince
Avalanche”
abarca ese paréntesis estudiando detenidamente a sus personajes, e
invitándonos a reír y a llorar en medio de un paraje triste y
ridículo (y humano). Sirva de ejemplo la teatralización, que hace
Paul Rudd, de una escena cotidiana que se revela como patética al
espectador. La película se instala entre la certeza y la duda;
dilema imposible que nos remite a la urgente necesidad de cambiar, de
mutar, de vivir. En cierto modo, los cuatro personajes transitan
desolados, golpeados por la realidad, sea cual sea. En consecuencia,
unos beben y otros se enamoran, pero al final deben de trazar el
principio de una línea continua; es decir, levantar desde los
cimientos sus respectivos futuros.
No
sólo sobresale la dirección y el reparto de la película,
sencillamente, Prince
Avalanche no
alcanzaría tal profundidad sin la soberbia banda sonora de
Explosions in the Sky y David Wingo, este último compositor habitual
de Jeff Nichols, que guarda no pocas similitudes con esta pequeña
joya.
Para
resumir, la nueva película de Gordon Green es un milagro, un soplo
de aire y, a fin de cuentas, un paréntesis entre tanta obra
masticada. No es perfecta, tampoco lo pretende.
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