Noah
(Estados Unidos, 2014).
Dirección:
Darren Aronofsky.
Intérpretes:
Russell Crowe, Jennifer Connelly, Emma Watson, Ray Winstone, Anthony
Hopkins, Logan Lerman.
Guión:
Darren Aronofsky, Ari Handel.
Música
original: Clin Mansell.
Fotografia:
Matthew Libatique.
Montaje:
Andrew Weisblum.
Idioma:
Inglés.
Duración:
138 minutos.
El señor de los animalillos
Por Manuel Barrero Iglesias
No
es la primera vez que Darren Aronofsky se enreda en cuestiones
relativas a la mística y la religiosidad. Recordemos aquel viaje
psicotrópico hacia el New Age de saldo que hizo con La fuente de
la vida (2006). Un viaje realizado junto al mismo compañero con
el que ahora se embarca en el arca más famosa de la Historia. Ari
Handel coescribe estos dos guiones -los únicos de su carrera- junto
al propio director. Los mismos que crearon The Fountain idean
ahora Noé. Es cierto que estamos ante la adaptación de un
material previo, pero el poco espacio que ocupa este pasaje en la
Biblia deja la suficiente libertad a sus creadores para que se
apoderen del texto con su visión del tema.
El
problema es que no queda muy claro cuál es esa visión. Noé
no sabe muy bien qué película quiere ser. O quizás es que quiera
ser demasiadas películas, sin que ninguna resulte satisfactoria.
¿Drama trascendental o aventura épica? Pareciera que los autores
quisieran aunar profundidad reflexiva, espectáculo visual y
entretenimiento familiar. Pero en ninguno de esos terrenos logran un
triunfo rotundo. Desde luego, no lo consigue en un aspecto visual
muy poco atractivo por mor de la sobredigitalización.
Ya
sabemos que la tendencia del actual Hollywood es adaptar cuentos
clásicos introduciendo la épica jackson-tolkeniana con
calzador. ¿Y qué es el diluvio universal sino otro cuento? Así que
no faltan el villano malévolo, las criaturas fantásticas o el
asedio a una fortaleza. Un espectáculo banal que muestra el lado
perverso de la humanidad de manera simplista. Hay algunas
pinceladas que esbozan las tensiones de ese mundo que Dios quiere
destruir, pero es una vertiente que los autores desechan pronto en
detrimento de la macrobatalla.
Sí
que se detiene Aronofsky en los conflictos que mantiene Noé. El
principal, consigo mismo. Una lucha tremenda, con el deber como guía
estricto, que agota a un protagonista en constante tensión. De ahí
surgen las disputas con su entorno, aunque algunas de ellas -la del
hijo mediano- son bastante pobres. No es capaz el director de
sacar todo el jugo posible a esa angustia vital. Y en todo caso,
la resolución final bordea peligrosamente el conservadurismo.
Lo
que resulta conservador sin ningún lugar a dudas es el papel
otorgado a la mujer en el film, cuyo único propósito es el de madre
procreadora. Tanto, que el personaje de Emma Watson es incapaz de
sentir deseo sexual hasta que deja de ser estéril. Una
sorprendente relación sexualidad/fecundidad que provoca bastante
estupefacción. Se puede esgrimir como excusa el propio machismo de la
Biblia. Pero si se ha decidido “modernizar” el relato en otros
aspectos, ¿por qué no hacerlo en éste? Sobre todo, cuando estos
episodios surgen de la mente de sus creadores. También se podría
hablar del personaje de Connelly (terriblemente desubicada, por
cierto), pero en el fondo no deja de ser “una madre”. Su papel es
básico en la salvación de la humanidad, pero lo es gracias al
instinto maternal.
Planteando
la duda como lugar donde reflexionar sobre la conveniencia de la
continuidad de la raza humana, Aronofsky consigue por momentos que
nos sintamos tan atormentados como el personaje de Russell Crowe.
Entre el desarrollo mainstream y el desenlace tibio aplastan
cualquier posibilidad de que la película crezca más allá de su
propósito recaudatorio. Lo reaccionario de su discurso viene a completar el cuadro dantesco.
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