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jueves, 3 de abril de 2014

Entrevista: Pawel Pawlikowski

"Soy un amateur que redescubre cómo hacer cine con cada película"


Con catorce años dejó su Polonia natal para acabar asentándose en Gran Bretaña, tras pasar por varios países europeos. Durante los años noventa se movió por el documental con títulos como From Moscow to Pietushki (1991), Dostoevsky's Travels (1991) o Serbian Epics (1992). A finales de esa década se produjo su primeras incursión en la ficción con The Stringer (1998). Tras ella, llegaría su título más conocido hasta la época: Last Resort (2000). My Summer of Love (2004) y La mujer del quinto (2011) completan una filmografía que por primera vez dirige su mirada hacia Polonia. Con Ida (2013), Pawel Pawlikowski aborda el pasado de su país desde una mirada nítida y precisa. Con motivo del estreno comercial la última triunfadora en el Festival de Gijón, pudimos charlar con su director.

Por Manuel Barrero Iglesias


Una vuelta a las raíces que también pasaba por encontrar los lugares apropiados para retratar esa Polonia de hace cinco décadas. Aunque para el director: “lo realmente importante es el encuadre y la iluminación. Las localizaciones solo son un medio hacia un fin. He paseado mucho por Polonia, buscando lugares que pareciesen de los años sesenta, algo que es muy difícil, porque el país ha cambiado mucho. Pero no me dejaron rodar en el lugar que me parecía más idóneo para la película. Era un convento en Klimontów, cerca de Sandomierz, pero el cura no nos dio permiso para rodar allí. Leyó el guión, y no le gustó”.

Un tema muy presente en el film es el de la crisis de identidad, algo que sufren ambas protagonistas. La historia de Wanda ha provocado que pase por múltiples estados, mientras Ida descubre su origen judío tras una juventud como novicia católica: “Esa idea estaba ahí, qué significa ser polaco. Si ser católico significa ser polaco. O ser polaco significa ser católico. La cuestión religiosa está presente. Pero también está la idea de vivir varias vidas en una misma vida. Es el ejemplo de Wanda, que es muchas personas en una. Y no sólo eso, también hay personas que pueden ser muchas personas en el mismo día. Eso le pasa a Ida, que tiene una identidad firme, pero descubre que es otra persona. Pero esa crisis de identidad no consigue destrozarla, porque ella encuentra sentido a su vida”.

En cuanto al aspecto formal, la película muestra un puñado de decisiones muy significativas. Fotografía en blanco y negro, cámara estática, o el formato 1:33:1 le dan a Ida una personalidad muy particular: “Todas esas opciones subrayan la idea de sugerir mucho diciendo poco de manera explícita, ése era mi deseo. El formato es muy bueno para los rostros, aunque te limita en los paisajes. En un momento dado, me di cuenta de las posibilidades del uso vertical del paisaje, y empecé a enfocar la cámara hacia arriba. Me di cuenta de que había muchísimo espacio por encima de las cabezas de los personajes. Eso daba la idea de personas perdidas verticalmente, de algo opresivo”.

Esas decisiones siempre surgen de la intuición antes que de la reflexión. El director nos explica el proceso: “Lo intuitivo es importante. Si es demasiado intelectual no funciona, no consigue vivir. Lo que sí creo que es un proceso constante. Primero tiene que venir lo intuitivo, y luego el intelecto a pulirlo. Y luego otra vez la intuición.

Es evidente que para Pawlikowski el cine es una actividad despojada de intelectualidad. Y lo dice alguien que estudió filosofía: “A la hora de hacer cine entendí que tenía que volverme estúpido otra vez. Tuve que volver a esa manera naif de mirar el mundo. Vaciarme de todas esas ideas intelectuales para mirar de manera ingenua”.


Su estilo ha ido cambiando con el tiempo. De la cámara en mano de Last Resort a los planos estáticos de Ida ha pasado más de una década: “Me resulta difícil hablar sobre la evolución de mi carrera. Soy un amateur que redescubre cómo hacer cine con cada película. Creo que lo hago con la mente abierta, viendo lo que funciona y lo que no. Algunas cosas han cambiado, pero otras no tanto. Mis películas de ficción siempre son como tres personajes encerrados en un sitio, y al final uno se va. El hecho de que Last Resort se rodara cámara en mano no significa que ese pueblo existiera, era una abstracción. También hay planos muy amplios en un mundo muy cerrado. En ese sentido tampoco es tan distinto de Ida. Será, además, que con cada película soy una persona distinta. Ahora soy mayor, y lo mismo es que la cámara en mano me aburre, o ya no me gusta tanto. En cada película encuentro intuitivamente cómo va a funcionar lo que me propongo. Lo que sí puedo decir es que todas mis películas forman parte de un viaje. Cada película refleja estéticamente dónde estoy y cómo me siento en cada momento, ante mí mismo y ante el cine. Aunque si lo vemos temáticamente, supongo que tienen mucho en común”.


Entrevista realizada en la Librería Ocho y Medio de Madrid,

el 6 de Marzo de 2014

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