Quai d'Orsay (Francia, 2013).
Dirección:
Bertrand Tavernier.
Intérpretes:
Thierry Lhermitte, Raphaël Personnaz, Niels Arestrup, Bruno Raffaelli,
Julie Gayet.
Guión:
Christophe Blain, Abel Lanzac.
Música
original: Philippe Sarde.
Fotografia:
Jérôme Alméras.
Montaje:
Guy Lecorne.
Idioma:
Francés.
Duración: 113 minutos.
El discurso del ministro
En el siglo XIX, el pintor e ilustrador Honoré Daumier se hizo famoso por sus caricaturas políticas, en las que satirizaba a la vez que criticaba el gobierno de Luis Felipe I, el último rey de Francia. Dos siglos y una revolución después, Abel Lanzac y Christophe Blain, autores del cómic Quai d’Orsay (2010), plantean que quizás en la República Francesa las cosas no hayan cambiado tanto desde entonces (o sí, para peor). Lanzac narraba su experiencia biográfica trabajando al servicio del ex Primer Ministro Dominique de Villepin, que más tarde convertiría junto a Blain en el guion (ganador en el Festival de San Sebastián) de la última película de Bertrand Tavernier. El director, a su casi 73 años, se muestra en plena forma a la hora de llevar una comedia absurda con pulso y ritmo muy dinámico.
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Tavernier mezcla clasicismo con bruscos barridos y zooms, así como algún momento de cámara en mano que aporta naturalismo. No hay que olvidar que detrás de todos los disparates que se presentan, hay una base real. De hecho, el director se auto referencia través de la introducción de temas sociales, los cuales rescata de manera escueta pero sin un atisbo de humor. Es el caso de la familia refugiada del colegio en el que trabaja la novia de Vlaminck, que remite a Hoy empieza todo (1999). Sin embargo, estamos ante un trabajo sobre todo esperpéntico, que tiene su principal recurso en la repetición (especialmente hilarantes son esos papeles constantemente al vuelo), pero que queda lastrado en su tramo final, algo alargado y reiterativo, aunque en los últimos minutos se recompone.
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Al final, el ministro da su discurso de forma digna, creíble y sobria, tal y como lo vemos habitualmente los ciudadanos desde fuera. Pero esto es sólo una fachada. Ya no intuimos todos los embrollos e intrigas que hay detrás. Esta vez los sabemos con certeza. Y resulta patético. Tavernier, Lanzac y Blain recrean en Crónicas diplomáticas la farsa que supone la clase política, aplicable prácticamente a la de cualquier país. Sería divertido si no fuera tan real.
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