Le
passé (Francia-Italia-Irán, 2013).
Dirección
y guión: Asghar Farhadi.
Intérpretes:
Bérénice Bejo, Tahar Rahim, Sali Mosaffa, Pauline Burlet, Elyes
Aguis.
Música
original: Evgueni Galperine, Youli Galperine.
Fotografia:
Mahmoud Kalari.
Montaje:
Juliette Welfling.
Idiomas:
Francés, persa.
Duración:
130 minutos.
Otra
separación
Habitualmente
en su cine, Asghar Farhadi narraba crónicas individuales que podían
extrapolarse a la situación de Irán. En su anterior película, la
multipremiada Nader y Simin, una
separación
(2011), el director comenzaba con el divorcio de una pareja, que
servía como metáfora para trazar un panorama general del país. Su
último trabajo, El
pasado,
parte de un tema similar: Ahmad es un hombre viaja de Teherán a
París para firmar los papeles de divorcio con su mujer, Marie-Anne,
a la que dejó cuatro años atrás, que quiere casarse de nuevo con
Samir. Sin embargo, en este caso, Farhadi decide centrarse en la
intimidad de las relaciones personales. Nada más llegar, Ahmad se
dará cuenta de que hay una tensión sin resolver en el ambiente
entre la propia pareja y los hijos de cada uno. Se verá así
envuelto en una red de secretos, culpabilidades y dudas, que gracias
a su presencia comenzarán a revelarse.
La
formación teatral de Farhadi se aprecia en su manera de apoyar la
fuerza en el guion, las interpretaciones y el protagonismo de las
localizaciones
-cerradas en su mayoría- asfixiantes.
Dan la impresión de que los secretos retenidos entre esas cuatro
paredes pueden estallar en cualquier momento. El
pasado
es
un profundo drama contado con la estructura de un thriller.
La aparición de unos y otros personajes va configurando la historia,
y las relaciones entre ellos, que comienzan completamente opacas, se
van aclarando de forma dosificada, a través de giros de guion.
Sorprende
quizás en este sentido algo de falta de sutileza por parte de
Farhadi, ya que tiende a la sobre explicación. Casi nada deja
espacio a la ambigüedad, más bien todo lo contrario: el director se
toma su tiempo para exponer el conflicto principal, pero, una vez que
lo hace, da vueltas y recalca constantemente todo lo relacionado con
el mismo. Esto por un lado deja poco margen al espectador para
elucubrar, pero por otro, da lugar a interesante reflexiones sobre
temas como las consecuencias de la infidelidad, o la depresión en
sus distintas facetas.
Farhadi
ha dado el salto al cine europeo, y aunque la nacionalidad de los
personajes no afecta el desarrollo de la historia, sí que influye en
sus reacciones frente a los acontecimientos a los que se enfrentan.
De este modo, desde el punto de vista latino, resulta extraña e
incluso exasperante la actitud calmada y casi estática de los
personajes masculinos, mientras la protagonista francesa es más
pasional, expresa sus frustraciones gritando. Así, Bérénice Bejo,
ganadora de premio en Cannes, ensombrece con su visceral
interpretación a sus compañeros de reparto, el muy correcto Ali
Mosaffa, y el más anodino Tahar Rahim.
En
la parte joven del reparto destacan la adolescente Pauline Bourlet,
como uno de los pilares de la trama, y, sobre todo, el niño Elyes
Aguis, que es un derroche de expresividad. La escena que protagoniza
junto a Rahim en el metro es la más delicada de la película, y uno
de los momentos infantiles en torno a la muerte más sobrios que se
han podido ver desde La
cinta blanca
(2009) de Michael Haneke. Además le sirve a Farhadi para esbozar el
tema del suicidio asistido. Pero también es un ejemplo del que es
quizás el mayor hándicap de El
pasado:
quiere hablar de tantas cosas que, a pesar de su duración y de sus
cuidadas descripciones, se queda a medias en algunas cuestiones muy
importantes.
Los
protagonistas de la película, como indica su título, no viven el
presente. Están anclados en un tiempo anterior, en las decisiones
que tomaron, y en las inseguridades de provoca la ignorancia de saber
si fueron las correctas. Desde
su elocuente prólogo hasta su hermosísimo plano final, resulta muy
difícil no verse completamente involucrado en la intensidad de El
pasado.
Farhadi no cae en el tono trágico exagerado, y recupera su habitual
realismo amargo. No es su trabajo más redondo, pero se trata, sin
duda, de una estimulante muestra más de su personal y humanista
forma de ver el mundo.
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