Por Ricardo González Iglesias
De Occulta Philosophia (Daniel V. Villamediana. España, 2012)
Lo efímero y lo perdurable
De Occulta Philosophia es un soplo precario, perecedero, en cuya
fragilidad reside su fortaleza para transportar al espectador a lo sublime, a
lo trascendental e inmutable. Daniel V. Villamediana consigue, con una austera
y acertada realización, transmitir todos los valores del proceso creativo y
artístico musical, centrándose en la música barroca, sus características
esenciales y su conexión con la actualidad.
El film, que transita por los
difíciles y escarpados vericuetos de la esencia humana, logra emocionar y hacer
reflexionar, desde lo sumamente específico a lo universal. Esa dicotomía de lo
efímero y lo inmutable funciona en perfecta comunión metafórica con la vida y
la muerte, la música barroca y el cine, la crisis y el arte o la fragilidad y
la fortaleza.
El director refuerza este débil
equilibrio registrando las actuaciones musicales como intentando rebelarse
contra la naturaleza de la música en directo, su concepto y su interpretación,
componiendo auténticos tableaux vivants buscando
la permanencia de la pintura, pero a la vez, quedando impreso el mensaje en los
mismos de nuestra finitud mortal en las paredes de los sugerentes y
estremecedores templos albaceteños donde transcurre la película y sus
actuaciones musicales, perfectos recipientes reforzadores del mensaje.
De Occulta Philosophia es un film pausado, pensado y registrado
fuera de cánones e imposiciones actuales, encontrando la complicidad del
espectador en su interés por alejarnos, aunque sea por un instante, del
griterío sinsentido e invitándonos a disfrutar de una forma perdida de escucha
musical que conlleva el acercarnos, aunque sea limitadamente, a una
trascendencia y placer espiritual, encontrando lo bello
en el abigarrado discurso barroco.
La objetividad sugerente
El título de la película recoge
una declaración de intenciones impecable al que debemos estar atentos. Estos días significa normalidad en la
forma; sufrimiento, pesadumbre y acechos en el fondo. Objetividad distanciadora
construida deliberadamente en base a una bella, pausada y eficaz planificación,
que nos convierte a los espectadores en voyeurs
conscientes que somos ante el cinematógrafo. Esta lejanía nos despierta la
curiosidad, hace que agudicemos los sentidos e interesarnos por el devenir
cotidiano de los protagonistas, respetados en sus sentimientos por un director
que expone situaciones que sugieren difíciles tragos mundanos complicados por
el contexto aprisionador.
Esa lejanía de la cámara impuesta
por Diego Llorente nos lleva a que completemos, según nuestros intereses o
anhelos, la historia mostrada, que no contada y mucho menos manipulada
dramáticamente. La dureza de la realidad nos lleva a conclusiones abiertas,
pero vividas con normalidad, o peor, pura resignación. Como la vida misma.
Muchos podrán achacar que este
distanciamiento se vuelve confusión del mensaje, pero este queda enmarcado
perfectamente en el sonido: urbanos, rurales, de radio y televisión, que
siempre están fuera de campo, como peligros acechando las vidas de los
personajes, como en las nuestras mismas, y que en cualquier momento se
desvanecerán o acabarán cayendo sobre ellos. En una palabra: contextualizando.
Sin duda, la libertad interpretativa que deja al espectador se agradece en un
cine actual muy preocupado por el supuesto giro ingenioso de guion o por el
exceso de celo en un mensaje concreto, como si se infravalorara la aprehensión
del espectador y el quehacer audiovisual. Estos
días, finalmente, nos exige y nos ofrece, obligándonos primero para recibir
después.
Un manifiesto
Parliament Square Peace Campaign
nace en 2001 de la mano del activista Brian Haw en contra de las intervenciones
militares del gobierno británico fuera de sus fronteras, no respetando
consecuentemente los más básicos Derechos Humanos, y en particular, el derecho
a la vida de todo individuo. El resultado del (no) planteamiento del director
en este documental es un soliloquio registrado audiovisualmente de Barbara
Tucker, quién recogió el testigo de la campaña de Haw, una vez fallecido.
Aun siendo interesante el
objetivo del film, dar a conocer esta campaña y sus principales posiciones políticas,
no es suficiente para el espectador a la hora de enfrentarse al monólogo de
Tucker por carecer de una mayor riqueza de puntos de
vista (apenas un excombatiente de Afganistán abandonado a su suerte por el
estado británico). Además, apreciamos en el desarrollo de las posiciones de
Tucker una cierta deformación, llegando por momentos a la paranoia disgregadora
de la realidad, consecuencia de su continua exposición a la campaña,
convirtiéndose en obsesivo egocentrismo incapaz de abstraerse e incluso capaz
de criticar o poner peros a otros movimientos reivindicativos pacíficos
surgidos con posterioridad.
Carlos Serrano se conforma con
una parca realización visual y narrativa, queriendo mostrar (registrar) los
hechos de manera fiel, pero tornando para el espectador en aburrido artefacto
carente de una mayor profundización, convirtiéndose en manifiesto y no en
documental elaborado, rayando la simple entrevista.
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