
Ilo Ilo (Singapur, 2013).
Dirección y guión: Anthony Chen.
Intérpretes: Koh Jia Ler, Angeli Bayani, Tian Wen Chen, Yann Yann Yeo, Jo Kukathas.
Fotografía: Benoit Soler.
Montaje: Hoping Chen, Joanne Cheong.
Idiomas: Mandarín, tagálog, inglés, taiwanés.
Duración: 99 minutos.
Desestructuración familiar y pérdida de valores
Por Daniel Reigosa
En la pasada edición del Festival de Cannes se concedió el galardón de la Cámara de Oro -que premia a la mejor ópera prima- a Anthony Cheng, un joven director nacido en un país de escasa (o por lo menos muy poco conocida) cultura cinematográfica, como es Singapur. Anthony Cheng logra encuadrar su película en la corriente de cine costumbrista asiático que tan bien defienden directores como Hirokazu Kore-eda o Ann Hui. Precisamente con la última película de la directora china, Una vida sencilla (2011), la película de Cheng mantiene varios paralelismos.
La historia relatada en Ilo
Ilo, que recoge vivencias de la infancia del propio autor, transcurre
en el Singapur de 1997, en el marco de la dura crisis económica que azotó a
varios países asiáticos en lo que se denominó la “primera gran crisis de la
globalización”, iniciada el 2 de julio de 1997 con la devaluación de la moneda
tailandesa y a la que siguió un importante efecto dominó. Durante la época de los llamados “Tigres
Asiáticos”, algunos países del sudeste asiático (entre los que se encontraba
Singapur) alcanzaron cuotas de crecimiento espectaculares, promovidas por un
potente impulso industrializador, que dotó a la clase media-baja de poder
económico e incremento de su nivel de vida.
Hasta aquí la película mantiene
un tono costumbrista excelente, una mirada distanciada pero incisiva no sólo
sobre la familia en cuestión sino sobre la sociedad singapureña de la época. La
entrada de Teresa (la nana interpretada por Angeli Bayani) en la familia manifiesta un contrapunto cultural,
religioso y de comportamiento en la familia,
a la vez que supone un punto de inflexión en la película. La complicidad
entre Jiale y Teresa se hace patente desde el primer momento, pero mientras la
relación entre ambos alcanza cotas cada vez más elevadas, la familia se
desmorona (mentiras, distanciamiento, celos) a la vez que lo hace la frágil
sociedad de Singapur (despidos, suicidios, pesimismo).
La familia de Jiale se encuentra
totalmente desestructurada, precisamente por esa pérdida de la realidad que
supone el cambio repentino de clase, desbordados por el trabajo y viviendo una
vida que no les corresponde, fruto de la precipitación de los acontecimientos,
en la que no parece haber tiempo para su hijo. Las mentiras del padre ocultando
su despido o su tabaquismo se complementan con los celos y la frialdad de la
madre, que ve como la nana le arrebata influencia sobre su hijo, un papel que
nunca llegó a desarrollar de manera eficiente. Ambos progenitores buscan ayuda
externa, casi ilusoria, a través de la lotería el padre y las charlas
motivacionales (Cheng las retrata como una secta) la madre. Los únicos elementos
que mantienen viva a la familia son la necesidad y la monotonía, nocivos
mimbres para apelar a la unidad. Mientras tanto, los vínculos entre Teresa y
Jialé son cada vez más potentes, mostrando la cara amable de la moneda.

No obstante, se trata de un muy
buen debut, que conecta a la perfección con las filmografías costumbristas
orientales, una cinematografía en la que cada nuevo autor es siempre
bienvenido.
VER EN FILMIN
VER EN FILMIN