Emperor
(Estados Unidos-Japón, 2012).
Dirección:
Peter Webber.
Intérpretes:
Tommy Lee Jones, Matthew Fox, Kaori Momoi, Eriko Hatsune, Aaron
Jackson, Toshiyuki Nishida, Takatarô Kataoka, Masatô Ibu, William
Wallace, Nic Sampson, Isao Natsuyagi, Gareth Ruck, Masatoshi
Nakamura, Shôhei Hino.
Guión:
David Klass, Vera Blasi; basado en el libro de Shiro Okamoto.
Música
original: Alex Heffes.
Fotografía:
Stuart Dryburgh.
Montaje:
Chris Plummer.
Idiomas:
Inglés, japonés.
Duración:
105 minutos
En
el amor y en la guerra
Existe
cierta tendencia en la narración cinematográfica a incluir una
trama secundaria de carácter sentimental. Una línea argumental que
suele perseguir, al menos, tres finalidades. Por un lado, la comunión
con el protagonista; su humanización. Es poco probable que
cualquiera de los espectadores se haya visto en la tesitura de tener
que decidir si el máximo mandatario de un país merece ser depuesto
y juzgado, pero quien más quien menos, todos hemos estado envueltos
en alguna que otra relación. Por otro lado, esta subtrama apuntala
el argumento principal, compensa sus inevitables carencias a fuerza
de emoción y aporta oxígeno en una progresión dramática que tiene
que seguir un camino ascendente hacia el clímax final. En tercer
lugar, es un buen reclamo para el público que prefiere las historias
de amor al rigor histórico. ¿Cuál es el problema de Emperador?
Que la historia de amor no es interesante. La principal, basada en
uno de los episodios más importantes del desenlace de la Segunda
Guerra Mundial, tampoco.
Bonner
Fellers (Matthew -Jack Shephard- Fox) es un oficial norteamericano al
que el mismísimo Douglas MacArthur (Tommy Lee Jones) le encomienda
la complicada tarea de deliberar si Hirohito tiene que enfrentarse a
un tribunal de guerra por el ataque que los japoneses (conspiranoia
aparte) perpetraron sobre Pearl Harbor. MacArthur, es obvio, necesita
pruebas. Tanto si es para condenar como si es para exculpar al
dirigente nipón. La labor de Fellers es reunirlas. Es 1945. Japón
ya se ha rendido. Los americanos ocupan la zona. La suerte del
emperador y, por tanto, la de todo Japón está en sus manos.
Hasta
aquí todo es bastante fiel a la realidad. Y promete. Vaya que sí.
Un único hombre cargando con el destino de un país milenario. Un
país que ni siquiera es el suyo. ¿O lo es de alguna manera? El
General Fellers empezó a salir con una chica japonesa mientras los
dos estudiaban en la universidad. Hace tiempo que ha perdido su
pista. Dentro licencias históricas. No habría ningún problema
en esto si la búsqueda de su amada aportara algo al relato. Lejos de
hacerlo, debilita la fuerza con la que arranca y embarca a los
personajes en una deslavazada retahíla de situaciones más propias
de un telefilme de sobremesa. Una lástima. Las memorias de
Bonner Fellers merecían bastante más.
Miguel
Montañés
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