Durante
el pasado mes de febrero, del 13 al 16, tuvo lugar en Barcelona la
primera edición del Festival de Cinema Independent Nord-Americà,
después que esta fuera la propuesta que resultara ganadora del
concurso para emprendedores Movistar Artsy, un certamen con la
vocación de apoyar iniciativas culturales y hacerlas realidad.
La
voluntad del festival es clara y acertada: acercar al público una
muestra de la producción de cine americano contemporáneo e
independiente que no suele tener hueco en nuestras grandes pantallas,
pues a pesar de haber circulado por importantes festivales e incluso
aunque haya cosechado premios en algunos de ellos, no cuenta con una
distribución internacional. En definitiva, traernos una muestra de
lo que se exhibe en Sundance, Tribeca o Austin, por supuesto en
versión original subtitulada, y por unos euros por debajo del precio
medio de una entrada, si no es comprada en el día del espectador o,
ahora, en un mágico miércoles.
Cinemes
Girona fue la sede del Americana durante estos cuatro días de
febrero y en una sola de sus salas se pasaron las 11 películas
seleccionadas, cada una exhibida en un pase único, a excepción de
la inaugural. Este funcionamiento un tanto comedido que no quería
ofrecer más de lo que, se esperaba, sería demandado, provocó algún
que otro problema de circulación durante los momentos de vacío y
llenado de la sala, puesto que prácticamente todas las sesiones
colgaron el cartel de “sold out” y el festival convivió con la
programación habitual del cine. Esperemos que el próximo año el
aforo completo no sea ya motivo de sorpresa. También cruzamos los
dedos para que el anuncio promocional mejore, estamos seguros de
ello.
Pero
hablemos ahora de lo más importante, el contenido. El Americana
empezó para nosotros con The
Motel Life (Alan
y Gabe Polsky),
un drama en toda regla sobre dos hermanos huérfanos, treintañeros,
perdidos y perdedores que encuentran momentáneos resortes de cierto
bienestar apartándose de una maldita y cruda realidad gracias a su
imaginación, uno dibujando y el otro inventando historias. La ópera
prima de los hermanos Polsky es una historia trágica, bien contada,
bien interpretada por Emile Hirsch y Stephen Dorff, y que, en
sintonía a su ritmo pausado, va acabando con las pocas briznas de
esperanza que pueden vislumbrarse al inicio, de una manera tan lenta
como inexorable. Los escondrijos imaginarios llevados a la pantalla
en forma de animaciones plasman bien el tono de los relatos que
cuentan y no sirven precisamente de vía de escape para rebajar lo
grave de la historia, sino más bien para matizar esta gravedad. Una
gran ejercicio de cómo las metáforas cuentan mejor las cosas que
los propios hechos.
Seguimos
con Drinking
Buddies
(Joe Swanberg) y
ya empezamos a reírnos. Kate (Olivia Wilde) y Luke (Jake Johnson)
trabajan juntos en una fábrica de cerveza, a ambos les encanta
trasnochar, jugar con la comida y ver hasta donde es posible relajar
las convenciones sociales que dictan como hay que comportarse en
público. Ambos son prácticamente lo opuesto de sus respectivas
parejas. Pero la atracción de contrarios sigue su curso y digamos
que todo cuadra hasta que los cuatro se reúnen para pasar un fin de
semana conjunto en donde tanta afinidad invertida se vuelve
insostenible. Ron Livingston y Anna Kendrick, que dan vida a las
respectivas parejas de Kate y Luke, intentan empezar algo nuevo entre
ellos, pero la culpabilidad y probablemente el hecho de que los otros
dos no hagan lo propio, no les permite seguir. Un film sobre la
complejidad de las relaciones que nos atrapa por el encanto de sus
protagonistas y porque el conflicto que plantea es seguramente
irresoluble.
Cambiamos
de día. El sábado empezamos con
In
A World…,
que es la incursión como directora y guionista de Lake Bell (después
de haber hecho dos cortometrajes), a quien desde aquí conocíamos
sobretodo por haber co-protagonizado la notable How
to Make It in America
(2010), que la HBO no quiso renovar después de dos temporadas. Too
Bad. Bell es también protagonista en esta comedia redonda y nos dejó
pasmados con todo el talento del que su primera película hace gala.
La historia se enmarca en el poco tocado mundo del doblaje, está
construida de una manera clásica e incluso tiene claras referencias
al slapstick,
aunque todo ello tratado de forma actualizada, sin chirriar, y tejido
junto a un transfondo donde se plantean temas como el relieve
generacional familiar, la posición de la mujer en una industria
esencialmente masculina, o que puede ser normal que te llegues a dar
cuenta de que te gusta más el chico normalito que trabaja contigo
que un despampanante ricachón que intenta seducirte. Risas y
emoción.
Foto: Facebook oficial de Short Term 12 |
A
continuación vino Short
Term 12
(Destin Cretton) la
historia de lo que ocurre dentro de una casa de acogida para niños y
adolescentes, con o sin familia, cada uno con sus vivencias y su
mochila bien cargada. Un film que ha arrasado en premios ahí por
donde ha pasado y que, humildemente creemos, hubiera sido mejor que
invirtiera el orden de proyección con la anterior película, pues de
toda la vida es mejor ver primero un drama para luego acabar con una
comedia. A pesar de ello, lo cierto es que disfrutamos, sufriendo,
claro. Cretton ya firmó en 2008 un corto con el mismo nombre, por lo
que es evidente que tanto el desarrollo del guión como la
construcción del film han sido reposadas y ello se aprecia en la
forma equilibrada que tiene de intercalar los momentos más
dramáticos y tensos con pequeños escollos de humor que resultan de
lo más naturales, pues para ver la amplitud de la tragedia, hay que
haber podido vivir la alegría, y viceversa. Formidablemente
interpretada tanto por los niños-adolescentes como por los jóvenes
cuidadores, cuyos propios problemas del pasado se ven reanimados por
las circunstancias presentes, Short
Term 12
deja el listón muy alto para próximas películas con afinidad
temática, si bien peca de algún desliz final en la resolución
precipitada y poco verídica, por exceso de dulzura, y éxito de alguna
subtrama.
El
domingo empezamos con
The Kings of Summer
(Jordan Vogt-Roberts), confirmándose
lo que ya venía pareciendo una tendencia en el Americana, que fue la
presencia de una cierta vena humorística en muchas de las
películas, y que si bien tomó su propia forma en cada una de ellas,
también dotó al festival de un tono general distendido e ingenioso,
cosa siempre de agradecer. De todo lo que vimos, el caso de The
Kings of Summer
sería el más extremo en cuanto al uso del humor, pues quizá su
fallo es que intenta ser demasiado graciosa, durante demasiado rato.
El primer largo de Jordan Vogt-Roberts está rodado con cura y
estima, centrándose mucho en los detalles pero perdiéndose un poco
en la visión global, y haciendo alarde de un estilo visual potente
que resulta muy adecuado para cualquier videoclip de 4 minutos, pero
que en una película puede llegar a cansar. La inverosímil historia
de unos adolescentes que se construyen una cabaña en el bosque para
poder vivir bajo sus propios mandamientos en vez de los de sus
progenitores, no tiene de malo que sea justamente inverosímil, sino
el hecho de no acabar de mojarse para dejar esto claro, y que, sólo
entonces, debido a esta incertidumbre, empieces a hacerte preguntas
acerca de su verosimilitud. Creemos que le falta un punto de
radicalidad para ganar coherencia. Aún así, es disfrutable.
Upstream Color |
Tan
sólo nos queda ya por decir que el Americana fue una de estas citas
culturales a las que es tan fácil acostumbrarse, como difícil
resulta la espera de la siguiente edición. Com’on!
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