Dirección:
Roman Polanski.
Intérpretes:
Emmanuelle Seigner, Mathieu Amalric.
Guión:
Roman Polanski, David Ives; sobre la obra de David Ives basada en la novela de
Leopold von Sacher-Masoch.
Música:
Alexandre Desplat.
Fotografía:
Pawel Edelman.
Montaje:
Hervé de Luze, Margot Meynier.
Idiomas:
Francés, alemán.
Duración: 96
minutos.
Una
de las propuestas más estimulantes del reciente cine español es Otel.lo (Hammudi
Al-Rahmoun Font, 2012), film surgido de la ESCAC que indaga en las
relaciones de poder. Jugando con los límites entre realidad y ficción el autor
nos habla de la supremacía del director sobre la actriz. Del hombre sobre la
mujer. La inexperta Desdèmona tiene todas las de perder, sometida a los
designios de un director maquiavélico.
En
La Venus de las pieles Polanski también se ocupa de esta tensión entre
personajes, algo que el director polaco lleva muchos años haciendo. Siempre le
han gustado los juegos macabros con intercambio continuo de roles. Ahí están
las también muy teatrales La muerte y la doncella (1994) o Un dios salvaje (2011). En esta
ocasión el director se aprovecha del carácter metalingüístico que ya tenía la
obra de teatro que adapta, seducido por esta historia tejida en torno a la
novela que dio nombre al masoquismo.
La
Vanda encarnada por Emmanuelle Seigner no es como la inocente protagonista de
Otel.lo. Estamos ante una mujer ya curtida que plantea una exigente disputa al
director teatral, convirtiendo el escenario en campo de una batalla cruenta. La
narración subvierte esas relaciones de poder y la dominación (artística) del
creador y sexual (del hombre) quedan en entredicho. Como ocurría en La huella, el
que está en una supuesta posición de inferioridad se rebela contra la figura
dominante.
En
este juego psicológico resulta fundamental la labor de la actriz protagonista. Y es aquí dónde aparecen las dudas. Seigner, muy entregada a la causa, no siempre parece la más adecuada para dar vida a un personaje de enorme dificultad. De la calidad de Amalric poco vamos a descubrir a estas alturas, lo que sí resulta curioso es el asombroso parecido que el actor mantiene con el director (en lo que parece otro juego más de metaficción).
Polanski nos entrega una película brillante por momentos, pero que se termina agotando en sí misma. El director maneja a la perfección los espacios reducidos con pocos personajes. Los diálogos punzantes y las situaciones incomodas. Sacando todo el jugo posible a este incisivo divertimento, nos vuelve a dar otra clase magistral detrás de las cámaras.
Manuel Barrero Iglesias
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