8/10
The
Wolf of Wall Street (USA, 2013).
Dirección:
Martin Scorsese.
Intérpretes:
Leonardo DiCpario, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey,
Kyle Chandler.
Guión:
Terence Winter, sobre el libro de Jordan Belfort.
Música
original: Howard Shore.
Fotografía:
Rodrigo Prieto.
Montaje:
Thlema Schoonmaker.
Idiomas:
Inglés, francés.
Duración:
180 minutos.
Bienvenidos al capitalismo
A
Scorsese siempre le ha interesado (o mejor dicho, fascinado) el mundo
del crimen organizado. Desde la seminal Malas calles
(1973) hasta su posterior prolongación en la mítica Uno
de los nuestros (1990). O su equivalente en Las Vegas, Casino
(1995). Y volviendo a su ciudad natal, incluso se remontó al origen
de las bandas en la ambiciosa Gangs of New York (2002).
Crimen, poder y dinero; temas siempre jugosos para la ficción. Y, no
lo olvidemos, un estricto código interno que regía la vida de sus
miembros.
Los
tiempos dorados de la mafia acabaron, pero las formas de delinquir en
la “tierra de las oportunidades” son muchas y variadas. Si hay
una conducta mafiosa patente en las últimas décadas esa es la de
los grandes tiburones financieros. Lo curioso del caso es que estos
delincuentes nunca han sido individuos marginales, sino hombres de
éxito y populares. Un mundo muy cercano al de Las Vegas que
retrató el propio Scorsese en Casino, donde lo
ilegal se convertía en legal, un paraíso para la delincuencia en
medio del desierto.
Lo
terrible es que Wall Street es el corazón financiero de Estados
Unidos (es decir, del planeta). No habrá sangre, pero los
(macro)delitos se producen a la vista de todo el mundo. Y las
consecuencias las sufrimos ahora, cuando nos llevamos las manos a la
cabeza ante la crisis mundial. Y es que El lobo de Wall Street
es una película de rabiosa actualidad, que nos habla del
caos presente a través de los excesos del pasado. Gente como Jordan Belfort han
sido -y en gran medida aún lo son- vistos con envidia y no con
repulsa. Una gran parte de la población anhela ese tipo de vida,
como bien ejemplifica el personaje de Jonnah Hill, representante de
todos esos millones de mediocres que sueñan con una vida llena de
lujos.
Así
que no es Scorsese el que glorifica a estos criminales, es la misma
sociedad la que se ha encargado de hacerlo durante todos estos años.
El precio que deben pagar -si es que llegan a pagarlo- es mínimo en
proporción con lo que consiguen a cambio. Obviamente, compensa. Y el
director no hace más que enfrentarnos al mundo que hemos creado. Las
grandes aspiraciones del ser humano actual se reducen a hacer la
mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. La felicidad,
todo lo superficial que quieran, pero que funciona para gran parte de
la población.
Scorsese
renuncia a la solemnidad de sus otros retratos mafiosos. Los
corredores de bolsa no le imponen el mismo respeto que los gánsteres
clásicos. Estos eran criminales, sí. Pero tenían un código de
honor que los hacía -en cierto modo- respetables. Eso ya no existe,
y el director se acerca a la jungla financiera desde la distancia
que otorga la comedia. Por cierto, es una pena que se prodigue
tan poco en un género que ya ha demostrado dominar a la perfección.
En esta ocasión cuenta con la colaboración inestimable de un
Leonardo DiCaprio que se apunta a todos los excesos que su personaje
requiere sin el más mínimo pudor. Y atención a la química que
comparte con la sensual Margot Robbie.
La
desmesura solo se puede retratar a través de la desmesura. Y quien
mejor que Scorsese para atrapar la sublimación del exceso. Los
Jordan Belfort del mundo son los que triunfan. Y son los que después
de habernos robado el dinero nos siguen engatusando. Por muy vulgar y
despreciable que sea el tipo en cuestión, siempre habrá quien
compre sus libros (uno de ellos el que adapta este film) o quien
acuda a sus charlas. Este es el sistema que hemos montado, y a eso
nos enfrenta El lobo de Wall Street.
Manuel
Barrero Iglesias
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