Día
de apuestas: documental híbrido, línea dura flamenca y James
Franco. Y en su línea, los Coen. La convencional Inside
Llewyn Davis,
que ya pasó por Cannes sin pena ni gloria, sigue de cerca el intento
frustrado de un lánguido músico de folk que mendiga por conseguir
un escenario desde el que ganarse la vida al día, entre enchufados
de poca monta, engreídos y gente guapa. En una travesía por la
América nevada del 61 tan encantadora como el personaje (ambos
retratados en su mejor perfil a pesar de las duras condiciones)
nuestro Llewyn vaga literalmente en busca de un techo bajo el que
refugiarse temporalmente, mientras encuentra su idealizado trabajo de
verdad. Y digo nuestro porque los Coen te arrastran con él entre
canciones pegadizas hasta que o bien empatizas con un protagonista
guapo y bien vestido (a pesar de sus penurias) o bien te enamoras
del adorable gatito que le sigue a todas partes en un intento
innecesario de dotar a la película de algún tipo de seña de
identidad que además encandile sencillamente a todo el mundo. Una
serie de factores de posible éxito entre el gran público combinado
con la estética Coen de tonos fríos y ocres saturados, luz dura y
los sesenta más dignos de
Mad Men
dan como resultado este biopic tan descafeinado como su título.
Nada
que ver con el resto de la jornada, rompedora de una forma u otra,
empezando por el documental animado L’image
manquante
en el que el autor, Rithy Panh, trata de reconstruir el régimen
totalitario de la guerrilla de los Jemeres Rojos en Camboya
(1975-1979) a través de su propio recuerdo. Partiendo de un conjunto
oxidado de rollos de película desperdiciados entre latas antiguas y
escombros, el superviviente bucea entre imágenes propagandísticas y
otras, paradójicamente, tremendamente esclarecedoras, preguntándose
efectivamente por el valor de la imagen como documento colectivo de
memoria histórica. Un testimonio aún insuficiente para el autor de
este reivindicativo retrato de una represión social en pos de una
supuesta sociedad igualitaria, en realidad anuladora de
individualidades. Siguiendo la búsqueda de esa imagen clave que no
aparece, el camboyano reconstruye su propia versión personal por
medio de personajes de barro rústicamente animados, al estilo de los
fragmentos que ilustran en blanco y negro la realidad rural de la
Kampuchea Democrática del hambre, los trabajos forzados y las
ejecuciones. Un híbrido tan interesante por sus superposiciones
técnicas (animación con imágenes de archivo) como en su vocación
de otorgar la justicia necesaria a todo un colectivo olvidado, sin
atisbo de pretenciosidad.
Aunque
lo más arriesgado de la jornada llega en forma de poema visual con
la belga I
am the same, I am an other (presente
también en la Seminci de Valladolid, acompañada por su directora,
Caroline Strubbe), la apuesta de James Franco en la adaptación de la
novela de Faulkner As
I lay dying
tampoco se queda corta. Valiéndose del archiconocido montaje de
pantallas partidas, el polifacético actor prueba una nueva forma de
ilustrar una historia a partir de la deconstrucción del clásico
plano/contraplano, ofreciendo una acumulación de ángulos
complementarios dentro de la misma pantalla. A pesar de que el
resultado no siempre funciona igual de bien (sencillamente porque en
ocasiones añade información innecesaria), el film propone una forma
alternativa de reconstruir el espacio al otro lado de la cámara,
ayudado además de superposiciones y relación de conceptos a través
del propio movimiento espasmódico de la óptica, con una clara
vocación (no tan claramente conseguida) de implicación del
espectador, expresada también en intensas y casi insostenibles
miradas a cámara. Una travesía sin embargo difícil de encajar; no
por su peculiar forma de posicionar el ojo que todo lo ve, sino por
el extraño resultado de este duelo familiar a través de la América
profunda para conducir a la matriarca al descanso eterno, convertido
en un western poético protagonizado por parientes lejanos de Laura
Ingalls.
Sara Martínez Ruiz
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