Stockholm
(España, 2013).
Dirección: Rodrigo Sorogoyen.
Intérpretes: Javier Pereira, Aura Garrido.
Guión: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen.
Fotografía: Alejandro de Pablo.
Montaje: Alberto del Campo.
Idioma: Español.
Duración: 91 minutos.
Donde las dan, las toman
Donde las dan, las toman
Chico
conoce chica en una fiesta. Ella es una bella muchacha de aire angelical. Él
tiene la cara de pillo del ave de presa. Javier Pereira despliega los
mecanismos de seducción necesarios para conseguir su objetivo, que no es otro
que acostarse con ella. La primera mitad de la película transcurre explorando las
vías de la coquetería, entre el ardid de la conquista y la numantina defensa.
Todos sabemos lo que un asedio puede dar de sí.
La
película se enreda en alguno de estos asaltos, aportando tanto los diálogos
como la situación menos de lo que debiera, en su intento por resultar verosímil
y fiel al funcionamiento del cortejo. Por suerte en estos atascos siempre viene
al rescate el talento de Aura Garrido,
capaz de abrir el tráfico con una mirada, una sonrisa que llena la pantalla y
recuerda el poder que tiene el cine.
Cine
este caso dirigido por Rodrigo Sorogoyen
premiado en el festival de Málaga por Biznaga doble, a mejor director y mejor
guionista novel junto a Isabel Peña. Es ésta una historia de una noche, del
ligue de una noche. Como tantos que suceden un fin de semana. Mañana amanece y
cada uno por su lado. O no. Porque lo que aquí se explora es lo que acontece en
ese mundo puro que representa la luz, la mañana. Cuando la oscuridad no es un
refugio donde acogerse. Y mirar al otro supone verle sin venda en los ojos, sin
máscara. Entonces el posicionamiento como espectador varía, lo que era deja de
ser y viceversa. Están jugando con nosotros hábilmente desde ambos extremos del
balancín del guión.
En
este territorio, Stockholm sí levanta el
vuelo del cine veinteañero para trascender sobre el sexo, el amor y las
relaciones entre ellos. La fluidez que echamos de menos en el primer tramo,
emerge apoyada en unos diálogos que pesan y exigen, creciendo alrededor de la
pareja artística, emboscada en un conflicto que devuelve como un boomerang las
artimañas de la noche. Cuando parece que hemos encontrado la clave para caminar
por la mañana, y deambulamos en la incomodidad que emana de esta complicada
relación sentimental, el remate que pone el lazo convierte nuestros temores en
realidad. El final resulta previsible interrumpiendo esa sensación de
encontrarnos ante un cine con capacidad para desentrañar.
El
análisis no queda resuelto. Si algo
distingue la tradición del mejor cine europeo es el estudio del comportamiento
humano, sus hechos, razones y consecuencias. Si alguna línea podríamos
trazar entre el cine norteamericano y el nuestro, es que el primero se plantea
situaciones a resolver por los personajes. Mientras el europeo se sumerge en
las aristas de los personajes para discernir esos quiebros de la lógica y
arrojar luz a las situaciones. La aportación de Stockholm queda coja porque
cierra evitando el último capítulo, quizá el más enriquecedor y complejo.
Luis López
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