Presentimientos
(España, 2013).
Dirección:
Santiago Tabernero.
Intérpretes:
Eduardo Noriega, Marta Etura, Jack Taylor, Irene Escolar, Alex
Spijksma.
Guión:
Eduardo Noriega, Santiago Tabernero; basado en la novela de Clara
Sánchez.
Música
original: Joan Valent.
Fotografía:
Pablo Rosso.
Montaje:
Cristina Pastor.
Idioma:
Español.
Duración:
100 minutos.
De cuando David Lynch te viene grande
Santiago
Tabernero ha tratado de llevarnos de la mano a un universo onírico, siguiendo los pasos de David Lynch; pero desgraciadamente no consigue
despegarnos de nuestra butaca en prácticamente ninguna ocasión.
El
argumento se centra en una pareja en crisis que decide irse con su
hijo recién nacido de vacaciones; pero Julia, tras una discusión,
sale de la urbanización y tiene un accidente de coche que la deja en
coma. A partir de ahí, comienza realmente la película, momento en
el que comienzan dos búsquedas paralelas y simultáneas. La de ella,
por restablecer sus conexiones internas y resolver sus dudas
emocionales para poder encontrar el camino de vuelta y salir del
coma. Y la de Félix, resolviendo sus propios conflictos afectivos y
perdonando a su mujer para poder traerla de vuelta.
En
un primer momento, Tabernero maneja bien la duda de si lo que estamos
viendo es imaginario o real, apunta bien el desconcierto y la
extrañeza, conseguimos llegar a entrar en la alucinación, pero en
seguida somos conscientes del engaño y la película pierde interés.
Los
mejores momentos del film, en los que confundimos realidad e
imaginación, vienen principalmente sostenidos por el personaje de
Marta Etura -magnifica como siempre-, que lleva a cabo un personaje
confuso, que tarda en explicarse y descubrirse, caótica, confusa y
confundida. Muy creíble pese a que las líneas de acción de su
personaje no están muy bien definidas, ella defiende con solvencia
sus estados de ánimo cada vez más rayanos a la lisergia y la
locura.
Eduardo
Noriega, coguionista del largo, está menos conseguido, con un tono
impostado y artificioso que solo logra mejorar a medida que su
personaje está cada vez más desesperado e histriónico.
La
realización es correcta, adecuada en sus recursos para mostrar la
parte alucinógena de la trama. A medida que nos vamos introduciendo
en la mente de la protagonista los planos son más aberrantes, los
saltos de eje más frecuentes, el montaje de sonido magnificado y
antinatural; mientras que el mundo real tiene una realización más
formal. La fotografía también está muy conseguida con una luz
prácticamente quemada, mostrando un paisaje desolador, adentrándonos
en un desierto lleno de cosas pero yermo.
El
uso de flashback para narrar su vida y su estado anterior al
accidente me parece obvio e innecesario, porque cuenta de una manera
nada sutil algo que ya sabíamos desde el principio. Ya nos
percatamos en los primeros 30 segundos de metraje de que nos
hallábamos ante una pareja que se había querido mucho pero que su
amor estaba llegando a su fin. Por tanto, evidenciarlo de una manera
tan burda hace desmerecer el conjunto.
Es,
por otra parte, interesante la manera en la que los dos mundos se
conectan, mediante llamadas, susurros y anillos. Del mismo modo, la
deformación que el mundo real sufre en los pensamientos comatosos de
Julia es muy propicia; ya que todos los engranajes de su vida tienen
una versión esperpéntica y deformada en su imaginación, aunque cumpliendo los mismo patrones y roles.
Con
todo, a medida que las piezas del calidoscopio van encajando nos
vamos dando cuenta de que Julia no trata de recomponer sus conexiones
neuronales -tal y como propone el médico-, sino decidir sobre su
vida y lo que realmente quiere en ella, ya que hasta que no resuelva
esas dudas es ella la que no quiere volver. La marcha del amante,
dejándola tirada y su necesidad de encontrarle, muestra su
incapacidad de decidir y de resistirse, aunque terminan siendo
repetitivas las escenas en las que ella demuestra no poder alejarse
de Marcus. Es adecuado al principio al emular el pensamiento
repetitivo propio de las obsesiones, esos pensamientos taladrantes y
convulsos; pero al no profundizar más en ello y no conseguir
introducirte del todo en su delirio, acaba resultando simplemente
reiterativo.
Marcus
le ofrece una felicidad falsa, vacua, como el cartel de su bar, una
felicidad de neón que ella acaba quemando y consiguiendo llegar a su
final ,renunciando al otro camino que se abría ante ella. De ese
modo, ambos personajes terminan encontrándose de nuevo, después de
haber recorrido dos largos caminos diferentes hasta llegar al mismo
punto.
Clara Santaolaya
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