El
tercer día en Gante sigue ni más ni menos que lo esperado a rajatabla: Gravity y A touch of sin continúan su devenir festivalero sin despertar
sobresaltos (especialmente entre un público que no parece sobresaltarse por
nada a pesar de que mayoritariamente no debe de superar los 25), lo último de
Paul Schrader -completamente a la orden del día-, y el descubrimiento a medias,
la pseudo-india The lunchbox.
Medio
india, medio estadounidense-francesa-alemana, The lunchbox cuenta una historia de amor contenido sutilmente dentro
de una fiambrera en la India. Digo medio descubrimiento porque la primera mitad
enamora, partiendo de la premisa de conquistar a un hombre a través de la
comida que cada día recibe en la fiambrera errónea de una mujer desconocida que
busca complacer a su marido por el estómago. Ese primer viaje de la fiambrera
por las calles de Mumbai (Bombay) encandila de tal manera entre el trajín de
personas y trenes, manos y carromatos, hasta llegar a ese encuentro casual que
llevará al cruce de vías, que casi te hace olvidar los primeros planos de
situación en la India, manidos y estereotipados. Sí, esos primeros minutos
atrapan en el planteamiento de una historia de amor sólo a través de la
palabra, que vaga en busca de su destino de tren en tren por toda la ciudad.
Pero cuando esa premisa cautivadora, (que te lleva a cuestionarte si realmente
en Mumbai las fiambreras viajan por un camino diferente a sus dueños y por qué
no pueden llevarlas ellos mismos consigo), empieza a estirarse como el chicle, recuerdas
esos primeros planos que muestran la devaluación incluso antes que la
locomotora. La cara extremadamente familiar de Irrfan Khan (La vida de Pi, Slumdog Millionaire) sorprende en esta ópera prima que cuenta con
el apoyo del Instituto de Sundance y que acaba adoptando algún que otro viejo
vicio del cine occidental.
El
viejo cine occidental es lo que parece añorar Schrader en su particular funeral
al cine. Envuelto en una estética post moderna de viejas glorias (Lindsay Lohan),
neón, carmín y lentejuelas, el guionista por excelencia de Scorsese mantiene la
mirada atenta sobre unos personajes tan vacíos como el contenido último de The canyons; cuyo mensaje final hay que
buscarlo, diluido entre los enredos sexuales de niños de papá que tratan de
acceder al glamour de Hollywood a toda costa. El inicio vibrante con el que fijamente
invita al espectador a entrar para más tarde hacerlo cómplice también de la
caída del Séptimo Arte con mayúsculas (siempre y cuando lo entiendas desde la
óptica de Hollywood), la estética adictiva que lleva al límite hoy en día (sin
llegar al extremo de su compatriota Spring
Breakers) y la fuerte reivindicación -únicamente expresada alto y claro en
los créditos finales y el tráiler (y, admitámoslo, también en un breve pasaje
de Lohan)-, no consiguen salvar de su propia tumba a este film que, de haber
jugado bien la horterada interna de sus protagonistas podría haber llegado a
algo más que deleite sensorial, que lo hay. Claro que para eso habría sido un detalle
evitar el paso de Lindsay Lohan por la pantalla. Excesiva, pagada de sí misma y
endiosada, la actriz se pasea por la película en un intento constante de
seducir con un supuesto encanto que pudo ser pero que no llegó a, quizá elegida
para representarse a sí misma, pero que malogradamente acaba eclipsando el
mensaje con un halo de estrella acabada y hundida que en ocasiones produce
hasta vergüenza ajena.
Afortunadamente,
el cine no termina en Hollywood y Jia Zhangke demuestra con fuerza que el bello
arte de contar historias con imagen y sonido está muy vivo. No así las víctimas
de este intenso relato de venganza oriental que bien podría encontrarse entre
las favoritas de la videoteca de Tarantino. Ilustración de la China tradicional
pero a la vez pastiche contemporáneo, la mirada del director se pasea por la
vida de varios personajes avocados a luchar contra sus injusticias particulares
en la china profunda tan silenciosamente violenta en su represión de las
libertades como lo es explícitamente la revancha de sus oprimidos. Una crítica
absolutamente incisiva y acusadora a esa gran mayoría muda y consentidora que
espera inmóvil el pasto que le da de comer el ganadero todopoderoso que
sacrifica al que trata de saltar el cercado. Cadenas de trabajo en las peores
condiciones y privación de posesiones, burdeles de lujo y prohibición de
sentimientos, ignorancia y falta de aspiraciones, completan el retrato de la
China comunista que Jia Zhangke combate a golpe sable, caricatura, movimiento
espontáneo de cámara y travelling a lo cadena de producción, sonido chirriante
y música folclórica. En definitiva, la perla asiática que auguraba San
Sebastián.
Y
para terminar dentro de lo vaticinado por el boca a boca, el Cuarón más
comercial con producción de dimensiones espaciales. Construida a partir de una
técnica verdaderamente impresionante, cuyos vacíos absorben con la misma
angustia que provoca la falta de oxígeno, Gravity termina por no soportar el peso de la tensión de la nada inicialmente
heroicamente bien sostenida y acaba dejándose arrastrar por la gravedad cero de
la Fábrica de Sueños.
Sara Martínez Ruiz
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