El Film Fest Gent sigue sabiendo
a indie americano y a Europa. Pero de ese Indie que sí tiene recursos y esa
Europa que arriesga. Lo de Kore-Eda es caso aparte. Like father, like son es
de esas maravillas que da gusto ver para empezar el día. Bueno, a las 9, las 12
o quizá después de cuatro o cinco más. El ritmo y la sencillez elegante y
sobria de una historia de partida enriquecedora se agradecen entre tantas otras
más o menos rompedoras o convencionales. La nipona, ganadora de la mención
especial del jurado en Cannes 2013, nos
sumerge en el Japón de contrastes que entremezcla tradición y ultra modernidad,
tanto en el entorno más tangible como en los propios valores familiares y
personales. Siguiendo la preocupación sobre la educación y el núcleo
familiar, la película reflexiona en torno a la formación de dos niños a imagen
y semejanza de sus progenitores, girando sin cesar en torno a una cuestión:
¿qué los hace parecidos, los genes o la educación adquirida?
La realidad es que el hijo de
Ryota Nonomiya no es en realidad su hijo. Al menos, no genéticamente. Así que
ahora este padre inflexible y estricto, totalmente integrado en el business
Japón del siglo XXI, pero a la vez profundamente creyente de la educación
tradicional de rígidas normas de comportamiento, deberá plantearse si quiere
volver a empezar con un niño opuesto al suyo en valores y si debe “abandonar”
al que ha educado a las manos de un padre que no querría para sí mismo. ¿O
quizá es precisamente lo que le hace falta? Una película en la que no hay buenos
y malos porque nada es correcto, sólo diferentes cristales a través de los que
mirar. La profundidad con la que
Kore-Eda trata este drama trasciende el caso particular para generar un debate
universal a partir de las preocupaciones de cualquier padre. La puesta en
escena, simplemente deliciosa: sin estridencias y precisa, como la
iluminación; elegante y efectiva, como una secuencia inicial cautivadora que
anticipa lo que veremos durante las siguientes dos horas de película.
Por desgracia -o quizá
precisamente para acentuar el contraste entre diferentes caras para un mismo
arte-, las horas que vendrán después no tienen ni punto de comparación, salvo
por su hincapié generalizado en lograr una fotografía digna de degustar, aunque
no acompañando en todas las ocasiones un fondo tan profundo. James Gray se deleita con la recreación de
una Nueva York de otro siglo, fuertemente iluminada, donde las sombras son más
potentes incluso que las luces, cálidas y típicas de las películas “de época”,
donde la época de igual: es ese vacío temporal que el cine, como los
carnavales, llama “época”. The Immigrant es la historia de una
inmigrante polaca que desemboca en la tierra de las oportunidades en busca de
un futuro mejor para ella y su hermana, retenida en la aduana en contra de su
voluntad y confinada por tuberculosa. Afortunadamente, un amable Joaquin
Phoenix tiene la solución para una Marion Cotillard ya vista en su versión más
desvalida: completar la corte de su burdel. Una historia poco nueva: visible,
pero para nada memorable. Con un objetivo tan poco claro como el futuro de la
chica, la cinta se pierde a la deriva al mismo ritmo que la inmigrante, que a veces te arrastra
con su incertidumbre, pero la gran mayoría lo consigue con dificultad.
Aunque
para derivas vitales y búsquedas del propio camino, la del compatriota David
Lowery, quien no obstante sí tiene claro el objetivo en Ain’t Them Bodies Saints.
Algo parecido a una road movie de fuga y persecución donde un atracador fugado
trata de reencontrarse con la eterna amada de la que tuvo que separarse en el
asalto definitivo en el que él fue capturado por protegerla a ella (que ahora,
después de los años, sobrevive dentro de una especie de catálogo de ropa de la
temporada de otoño con su hija, a la que tampoco le falta de nada gracias al
protector abuelo). Una película
esteticista de sombreros tejanos y sobreexposiciones del gusto de Malick que,
teniendo clara su vocación como gran epopeya amorosa, no impresiona
especialmente, a pesar de contar con un guión bien desarrollado pero nada fuera
de lo común.
El
otro lado del océano se presenta manifiestamente más perverso con la ya vista
en Cannes L’inconnu du lac, que
observa cual “voyeur” los placeres de un lago oculto en cualquier lugar
(pongamos la campaña francesa) como un remanso de paraíso sexual masculino
donde las horas, los días o los meses pasan como si en realidad el tiempo se
hubiera detenido hace mucho. Allí todo tipo de hombres desnudos ante sus
deseos, manías y sentires, desean, envidian, traicionan y aman sin velos que
oculten su disfrute explícito (*Nota: explícito quiere decir exactamente
explícito), incluso después de aparecer un cadáver en el lago. La progresión
enfermiza en torno a ese agua estancada en el tiempo se vuelve poco a poco tan
insana que quizá por eso un buen número de varones sulfurados (que no pueden ni
contarse con los dedos de las dos manos) se sienten obligados a abandonar la
sala, más en un arrebato de rechazo a la cotidianidad sexual homo que a la
reprobación de los valores morales enterrados junto a ese cadáver. Una provocación no obstante realista que
contempla, aunque parezca imposible, con mucho tacto diferentes posturas
respecto a la atracción sexual, gracias a un guión inteligente encerrado en una
sola localización donde las piezas del rompecabezas se alternan una y otra vez
desnudas y sin música alguna sobre una espiral con diferentes combinaciones.
La
última europea de la jornada viene del país que acoge el festival y en
neerlandés. La belga 82 dagen in April (82 días en abril) acompaña a unos
desdichados padres hasta Turquía tras el rastro de su hijo. Siguiendo ese
rastro nos perdemos también nosotros hasta llegar al especial que dedicaremos a
las apuestas nacionales del Film Fest Gent.
Sara Martínez Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario