Captain
Phillips (EE.UU., 2013).
Dirección: Paul Greengrass.
Intérpretes: Tom Hanks, Catherine Keener, Barkhad Abdi, Barkhad Abdirahman, Faysal Ahmed, Mahat M. Ali,
Michael Chernus.
Guión: Billy Ray.
Música original: Henry Jackman.
Fotografía: Barry Ackroyd.
Montaje: Christopher Rouse.
Idioma: Inglés.
Duración: 110 minutos.
La incomodidad de Goliat
Los
piratas ya no son lo que eran. Aquellos seres harapientos de aire romántico
como Burt Lancaster o Kirk Douglas, que abordaban los navíos europeos bajo un
pabellón de tela con un par de tibias y una calavera, ya no existen. La
piratería, como todos los gremios, ha evolucionado. Hace unos años saltó a la
primera plana de los medios el secuestro de un barco mercante norteamericano,
frente a las costas del cuerno de África.
Esta
es la historia que cuenta Paul Greengrass; la del capitán Phillips,
interpretado por un soberbio Tom Hanks,
siempre tan fino en personajes de apariencia rutinaria empujados a situaciones
de máxima tensión, y la de Muse, el capitán pirata encarnado por un
sorprendente y desconocido Barkhad Abdi. Dos hombres, y también dos mundos enfrentados,
ricos y pobres, el pesado mercante de acero frente al esquife con motores fuera
borda. Los dos puntos de vista de esta brecha económica que tanto les separa
hasta unirlos como dos polos magnéticos.
Ambos
capitanes tratan de sobrevivir con las cartas que les han tocado. Sus
motivaciones y necesidades por obvias no dejan lugar a la redundancia. No
estamos ante una celebración de la bandera como hubiera hecho Michael Bay con
este material. No es una muestra del
tópico “hero of the day” o “basado en hechos reales”. Para entender el
conflicto en las costas somalíes, es necesario trasladar parte del peso dramático
a la orilla de estos hombres que arriesgan su vida abordando cargueros de gran
tonelaje. Esta tripulación formada por actores sin bagaje cinematográfico
previo y que replica de manera convincente a todo un Tom Hanks, no afronta un
día más en la oficina.
El
rigor documental -tanto narrativo como visual- es una de las señas de identidad
de Paul Greengrass. Para él no sólo ha de resultar verosímil lo que cuenta,
sino que ha de parecer real. Su manera de trabajar está alejada de los
convencionalismos de la industria. Busca el gesto, la expresión del detalle en
el personaje que apura la verdad efímera del momento. Cada mirada, respiración o gota de sudor puede ser la clave que
sostenga una escena. Esa captura justifica por sí misma su cine.
Consecuencia de todo lo anterior es que se mueve como pez en el agua en el
género de acción, en ese arte de tensar la cuerda hasta el extremo que es el
thiller. Lo que para cualquier director sería una pesadilla, rodar en alta mar
casi todo el metraje en grandes buques de la marina y en un pequeño bote
salvavidas, Greengrass lo convierte en un brillante ejercicio angustioso y
claustrofóbico. La sensación que provoca este aislamiento remite a la
impresionante Das Boot de Wolgang Petersen, aunque la técnica sea muy distinta.
Pocos instantes de esta
película permiten al espectador tomar un respiro. La noche como elemento turbador y
desasosegante viene a unirse a la atmósfera cerrada y sin aire que asfixia palmo
a palmo cada centímetro del desenlace, donde emerge la figura de un enorme Tom
Hanks como catalizador emocional de lo acumulado durante su secuestro. Esta
escena liberadora, clímax del universo Greengrass, está al alcance de muy pocos
actores. David volverá a asomarse con su honda en el camino de Goliat, de otro
capitán Phillips. Crucemos los dedos para que Paul Greengrass esté allí para
contarlo.
Luis López
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