Kanimambo
(España,
2012).
Dirección
y guión:
Abdelatif
Hwidar, Carla Subirana, Adán Aliaga.
Fotografía:
Pere Pueyo, Anna Molins.
Montaje:
Cristobal
Fernández.
Idiomas:
Español, catalán, portugués.
Duración:
100 minutos.
El
compás de la sabana
Algunas
películas parecen ser más necesarias que imprescindibles.
Imprescindibles son Ciudadano Kane y Piscosis, como
parte de la Historia del Cine; imprescindible puede ser, hoy en día,
la última firma de éste o el otro cineasta, como parte del sistema
heredado de la política de los autores que aún sobrevive desde
tiempos de Bazin; como imprescindible puede ser, en esta Historia
reciente, estar al día del último blockbuster superheroico.
Kanimambo no es un pilar de la Historia del Cine, no
es cine de autor al uso y, por supuesto, no es un blockbuster. Y a
día de hoy puede que no sea imprescindible pero, sí, es más que
necesaria.
Sin
llegar a poder tildarla de militante de nada, Kanimambo es una
de esas experiencias que el espectador necesita interiorizar de tanto
en tanto para formarse su propio conocimiento del mundo. Como los
primeros exploradores europeos reconstruían tras sus viajes una
parte del Globo a la que pocos tenían acceso, los tres cineastas que
firman este singular mapa de Mozambique delinean con sus propios
relatos parte del continente desconocido. Tres visiones
diferentes, empezando por el lugar que ocupa el ojo, humano u
objetivo, en la observación de la realidad en la que nos sumerge,
como tres formas de afrontar tres filmaciones independientes hiladas
con ritmo, fuerza y textura propias.
El
ritmo de la vida en África en el relato de Abdelatif Hwidar
(director y actor al mismo tiempo) en el que la cámara se sienta
junto al espectador a esperar la larga cadencia de la muerte al tempo
que únicamente puede marcar la sabana. La fuerza de la
responsabilidad femenina en la apuesta diaria por el progreso,
donde una Carla Subirana claramente influenciada por el
Siminiani más autoreflexivo y condescendiente de Mapa adopta
la misma actitud que sus heroínas en pos de la experimentación
narrativa, en un intento de superación del formato con el dominio de
la imagen fija. Las texturas casi tangibles del juego con los
sentidos más vibrante, en la realidad con discapacidad que Adán
Aliaga saborea sin dejar escapar ni un sorbo de vida. Son los
tres pedacitos de África por los que el productor barcelonés Luis
Miñarro apuesta necesariamente desde su posición de explorador del
siglo XXI.
Sin
caer en el recurso fácil de dejarse llevar por el exotismo, ni
tampoco por la mirada pretenciosa de quien da lecciones de realidad,
la cinta capta la esencia de una vida que, aun siendo totalmente
ajena, resulta cálida y humana. Y no, probablemente no pasará a
la Historia del Cine con letras luminosas, ni siquiera a la del
Documental, pero sí, es una historia que, como las de Méliès,
lleva consigo la magia del descubrimiento que, a fin de cuentas, es
el Cine en sí mismo.
Sara
Martínez Ruiz
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