Dirección:
Harald Zwart.
Intérpretes:
Lily Collins, Jamie Campbell Bower, Kevin Zegers, Jemina West, Robert Sheehan.
Guión:
Jessica Postigo, basado en la novela de Cassandra Clare.
Música original:
Atli Örvarsson.
Fotografía:
Geir Hartly Andreassen.
Montaje:
Joel Negron.
Idioma:
Inglés.
Duración: 130
minutos.
Góticos contra demonios
La
ficción adolescente que ha puesto de moda Stephenie Meyer se rige por una
fórmula bien sencilla: criaturas fantásticas + amores imposibles. Una ecuación
muy simple que funciona fácilmente para el público al que se dirige. Poco
importa que el batiburrillo de referencias se mezcle de forma aleatoria. Lo que
cuenta es que la protagonista sea una adolescente que en su paso a la edad
adulta descubra que el mundo está lleno de monstruos. Aunque en este caso son reales, y no metafóricos. Ah, y siempre hay que debatirse entre dos amores.
Hay
poco margen de maniobra en las adaptaciones cinematográficas de estos productos
literarios. El objetivo es conseguir que las adolescentes llenen las salas, pocas
vueltas más se le pueden dar al tema. Los responsables de Cazadores de sombras:
Ciudad de hueso se las arreglan para introducir algo de parodia (“ahora es
cuando te quitas la camiseta…”). Muy significativo es el momento álgido de
romanticismo, tan pasado de rosca que solo puede ser una broma autoconsciente
(que a la vez, hará las delicias de su audiencia).
Breves
destellos en un conjunto encorsetado por unas reglas muy concretas. Al menos
Clary es un personaje con más entidad que Bella. Incluso el planteamiento sobre
lo que supone la confusión adolescente es algo más complejo. No todo gira en
torno al dilema amoroso, y se introducen otras cuestiones que despiertan
nuestro interés, y que hacen que los minutos vayan pasando más rápidamente.
Pero
la oportunidad de hacer un retrato atractivo de la adolescencia -como sí hizo
Whedon en Buffy Cazavampiros- se pierde en los desagües del cine de consumo
rápido y escasa imaginación. Al final estamos ante la misma película de siempre.
Con un problema añadido: el guión es un disparate de principio a fin. Las cosas
ocurren sin orden ni concierto, y el barullo que se acaba montando resulta
ininteligible. Aunque poco importa, la verdad. Así que entre tanto desvarío, a
uno le da por recrearse en las cejas de Lily Collins.
Manuel Barrero Iglesias
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