Dirección:
Roland Emmerich.
Intérpretes:
Channing Tatum, Jamie Foxx, James Woods, Maggie Gyllenhaal, Richard Jenkins,
Jason Clarke, Joey King, Matt Craven, Peter Jacobsen, Lance Reddick, Kevin
Rankin.
Guión:
James Vanderbilt.
Música original:
Harald Kloser y Thomas Wander.
Fotografía:
Anna Foerster.
Montaje:
Adam Wolfe.
Idioma:
inglés.
Duración:
131 minutos.
Estupidez al poder
Roland
Emmerich es un director de superproducciones, un tipo que lleva muchos años
buscando otro gran éxito al estilo Independece
Day. Considero que es su gran éxito, no tanto por su calidad
cinematográfica o su recaudación en
taquilla, sino por su capacidad para mantenerse en el imaginario colectivo. Pienso que Emmerich persigue hacer
películas que trasciendan a su calidad y género, cine del que se hable durante
décadas sin que nadie sepa muy bien por qué. Eso es lo que consiguió con Independence Day. O los que la visteis
de jóvenes en el cine me diréis no recordáis como lo flipasteis cuando visteis
esos enormes platillos volantes en pantalla. Yo aún lo hago.
En
dicha búsqueda ha tenido siempre grandes presupuestos a sus espaldas e
historias grandilocuentes que podrían haber dado más de sí, pero que nunca han
llegado a cuajar del todo. En cambio, en los últimos años parece estar tratando
de cambiar la fórmula. Si con Anonymous
intentaba realizar un drama trascendente, con Asalto al poder se decanta con la acción pura y dura.
Con
un argumento excesivamente parecido al de la reciente Objetivo: La casa blanca, Asalto
al poder nos cuenta cómo un grupo terrorista intenta hacerse con el
presidente de los Estados Unidos para forzarle a cumplir sus exigencias,
mientras que un solo hombre tratará de impedirlo.
Argumento
sencillo, cien veces visto -cambiando un poco el contexto-, que no da para
mucho más que entretenimiento descerebrado del que se agradece de vez en
cuando. Pero es que ni eso consigue Emmerich, y lo que debería ser intrascendente y divertido, quiere convertirlo (por
momentos) en profundo y reflexivo. Y eso no es lo que se le da bien al
director alemán. La película se nos planta en las dos horas largas, y pocas
cintas de acción pueden soportar tal metraje.
Amor paterno filial, patriotismo
de chichinabo, y profundos diálogos sobre traición y compañerismo que no llevan
a ningún lado más que a seguir lastrando una película condenada al ridículo
desde su concepción. Mención especial para la escena inicial en
la que el presidente va en el Air Force One con su séquito. Pocas veces ha dado
tanta angustia el patriotismo americano. Emmerich expone al presidente de los
Estados Unidos como un tipo guay, idolatrado por todos, uno de esos tipos que
cada vez que abre la boca consigue hacer que todo el mundo sonría y ponga una
cara que parece decir: “no es nuestro presidente el tipo más inteligente y cool
del planeta”. Y es que Emmerich parece no ponerle filtro a la estupidez.
Al
final la película es un agotador engendro de más de dos horas lleno de caras
conocidas -algunas de ellas hasta respetadas- que pasa de la acción al drama y
del drama a la comedia sin sentido ninguno. Una película de acción que no impresiona nada y que aburre mucho.
Otro intento fallido de Emmerich para volver a incrustarse en nuestros
cerebros.
David Sancho
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