Poligamy
(Hungría, 2009).
Dirección
y guión: Dénes Orosz.
Intérpretes:
Sándor Csányi, Kátya Tompos, Béla Mészáros, Gábor Fábián,
Juli Fábián.
Música
original: Iván Gátos, Eszter Váci.
Fotografía:
Ádám Fillenz.
Montaje:
Zoltán Kovács.
Idioma:
Húngaro.
Duración:
85 minutos.
Espejismo
universal
¿Cuántas
veces ha tratado el cine el pánico al compromiso previo a una boda o
al nacimiento de un bebé en las últimas dos décadas? No parece
ser sólo un dilema existencial producto de la fantasía de Hollywood
cuando todas las cinematografías caen presas de este terror
adulterador de conciencias y fabricante de paranoias mucho más gore
incluso que las del género.
La
húngara también lo aborda desde la vanidad masculina aterrada
ante la perspectiva de dominación de una pareja sin duda con las
ideas más claras y sin rastro de la pusilanimidad que le sobra a él,
incompleto en su propio yo, para coger las riendas. La idea del fin
de la -en el fondo irreal- libertad sexual como catalizadora de una
vida ansiada pero en realidad no hallada simplemente por pura inercia
atormenta de forma universal a un personaje de manual dentro de esta
fábula de McKee con fugas achacadas quizá a la demencia.
Una
reflexión válida -aunque solamente aceptable- de la angustia que
produce el cambio en el ser humano, la única especie que se
demuestra una y otra vez capaz de añadirse daños autoinfligidos con
tal de autoexcusarse. Al mismo tiempo, un ejercicio de autoengaño
desenmascarador de las pasiones latentes que por comodidad, falta de
ánimo o cobardía nunca acaban de aflorar y finalmente se desbordan
como un torrente ante el abismo. En este caso un abismo con nombre de
mujer con mil caras tentadoras como símbolo del deseo oculto perdido
en el tránsito hacia lo desconocido. Un paso firme de madurez o
quizá, precisamente al contrario, un abrumador vaivén en estado
catatónico que aboca a lo malo conocido.
Un
escritor insatisfecho, una inseguridad emocional que evidencia en
realidad la pobreza del propio yo masculino (es curioso cómo el cine
plantea estos dilemas morales afectivos desde ese lado de la
barrera), un mejor amigo/hermano confidente que enaltece la fantasía
y, por supuesto, un psicólogo/“yo aguafiestas” que la frena.
Como hiciera la autoral Ruby Sparks de
Jonathan Dayton y Valerie Faris (Pequeña Miss Sunshine)
hace escasos meses - por citar algún ejemplo reciente-,
Poligamy distribuye los elementos de esta comedia
por el tapete de forma flagrantemente visible y con menos gracia
(todo hay que decirlo) que la de los indies americanos, hasta
redondearla como otra de esas comedias simpáticas estilo Hollywood
pero sellada por una cinematografía con bastantes menos recursos y
cuyo resultado es igual de modesto que éstos.
Sara Martínez Ruiz
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