Wadjda
(Arabia Saudí-Alemania, 2012).
Dirección
y guión: Haifaa
Al-Mansour.
Intérpretes:
Waad Mohammed, Reem Abdullah, Abdullrahman Al Gohani, Ahd,
Sultan Al Assaf.
Música
original: Max Richter.
Fotografía:
Lutz Reitemeier.
Montaje:
Andreas Wodraschke.
Idioma:
Árabe.
Duración:
98 minutos.
Las
bicicletas no son para niñas
La
primera película rodada íntegramente en Arabia Saudí, está
realizada por una directora que denuncia la situación de la mujer en
aquel país, algo extensible a casi cualquiera dominado por el
Islam. Ya su sola existencia da valor a un film inspirado en la
sobrina de la misma realizadora. Un país en el que las futuras
mujeres, como Wadjda, tienen en su mano revertir una situación
injusta. Aunque la tarea no será nada fácil.
La
primera secuencia nos muestra a una niña que muestra nulo interés
por el hecho religioso que se impone desde la escuela. La directora
utilizará este tema de forma muy inteligente, al hacer que su
protagonista se vuelque en el aprendizaje del Corán. Lo irónico es
que la niña lo usa como mero instrumento para conseguir otro
propósito que, además, choca frontalmente con las tradiciones
imperantes.
La
bicicleta siempre ha tenido un fuerte simbolismo en el mundo
cinematográfico, especialmente desde que Vittorio de Sica
vehiculara su obra maestra neorrealista a través una. Medio
siglo después, Wang
Xiaoshuai la usó de manera parecida (aunque algo más optimista) en
La bicicleta de
Pekín
(2001). Haifaa Al-Mansour elimina casi toda la desesperación para
ofrecernos un símbolo (color verde incluido) de esperanza.
La
esperanza del cambio, que se encuentra en las nuevas generaciones.
Esas niñas que como Wadjda, no se preocupan en ponerse bien el velo.
Jóvenes que llevan zapatillas de deporte y que quieren jugar a
“cosas de niños”. Pero no solo ellas se rebelan contra la
situación injusta, ahí tenemos la figura de ese niño que camina
junto a la futura mujer en busca de un futuro más igualitario.
Es curioso como la opresión directa que sufre esta niña la recibe
de parte de mujeres adultas, que contribuyen a perpetuar ese
machismo.
Con
el espejo de otras cinematografías asiáticas (especialmente Irán),
el relato es contado a través de los ojos de un menor. Ellos
simbolizan la inocencia, y son los primeros que sufren las
consecuencias de regímenes absurdos. También tiene ese aire amateur
que a veces hace crecer la obra, pero que otras veces desnuda
carencias. Esa ingenuidad casi imprescindible para construir esta fábula
que sueña con un mundo mejor.
Manuel Barrero Iglesias
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