Obviando
defectos de proyección no precisamente dignos de la altura de
expectativas del festival, el Docs propone en uno de sus espacios más
ambiciosos dos retratos de crisis. Lejos de pretender comparar el
conflicto de Oriente con el crack de Occidente, encontramos una
mirada sobre nuestras respectivas crisis de sociedad que nos induce a
reflexionar sobre nuestra propia actitud como individuos dentro de
ella. Dos formas de supervivencia, en la medida de su contexto,
como dos maneras diferentes de retratarlas cinematográficamente.
En
Infiltrators
una cámara totalmente subjetiva, y anónima al mismo tiempo, nos
hace sudar trepando en vertical y sin apoyos, zambullidos por túneles
que dejan sin respiración y mimetizados con la noche tratando de
evitar las piedras de la caída. Un
trabajo físico del que participa una cámara infiltrada, temblorosa,
asustada y a veces incluso fatigada, que todo lo ve limitada por un
muro que le impide alcanzar su objeto de deseo,
al que se aproxima una y otra vez como magnetizada por un poderoso
imán. Silenciosa y descriptiva acompaña clandestinamente tantas
historias sin nombre, como razones desconocidas precipitan a hombres
y mujeres contra el muro de la división palestino-israelí. Un
documental en bucle y tan lleno de interrogantes como el conflicto
que lleva décadas estancado en torno a un muro.
La
de Occidente es la crisis
del Monopoly,
o lo que es lo mismo, toda una partida construida sobre calles de
cartón con dinero de mentira. La familia Siegel es la viva imagen
del American
way of life
o en su propia versión edulcoradamente autoconvencida, la
construcción literal del sueño americano, sobre tierras poco
firmes, eso sí. La competición que empieza como un juego divertido
de estrategia y superación poco a poco se sumerge en un intrincado
barullo de condicionales especulativas ligadas a los mercados y a la
banca, esa banca que ya sin cambios alerta a los intrépidos
inversores de que su partida se está consumiendo.
En
ese proceso de ir soltando lastre, el ego va dejando aflorar al
auténtico yo
superviviente
y es entonces cuando el relato termina despojándose de esa nebulosa
de lentejuelas para revelar auténticas declaraciones de principios.
Como
en un reality de la MTV, la cámara se sienta entonces a esperar a
que las fichas se muevan libres por el tablero, quedando totalmente
al descubierto.
El que comienza como un retrato caricaturesco de la grandeza del
poder económico americano, caprichoso y hortera, termina convertido
en el más realista de los shows
televisivos donde todos los personajes juegan un rol decisivo como
responsables de su caída, nuestra propia caída.
Sara
Martínez Ruiz
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