Intérpretes:
Mario Casas, María Valverde, Daniel Grao, Secun
de la Rosa, Luis Callejo.
Guión:
Juan Eslava Galán, sobre su novela.
Música
original: Óscar Navarro.
Fotografía:
Ángel Luis Fernández, Ashley Rowe.
Montaje:
Teresa Font.
Idioma:
Español.
La
mulilla de la discordia
La
de La mula es la historia de un campesino de Jaén que trata de
sobrevivir a la Guerra Civil aferrándose a cualquier ilusión de
vida después de los bombardeos. Los honores poco importan, los
ideales incluso menos, la cuestión es adaptarse a la situación que
le ha tocado (no tan mala como cabía esperar, por cierto) y dejar
que la guerra fluya a sus espaldas, mientras espera para poder
comenzar la vida soñada entre hijos y mulas.
Como
suele pasar, su historia de amor, a caballo entre una niña mona
andaluza y una hermosa mulilla extraviada, es el motor de sus
esperanzas para un futuro mejor. Un bizarro triángulo en el que el
equino blanco irrumpe como esa “tercera persona” en la pareja de
moda formada por Mario Casas y María Valverde -extremadamente
forzados en sus imitaciones del acento, por cierto-, y por la que el
gallego fue premiado como Mejor actor en la última edición del
Festival de Málaga.
El
pretendido subtexto, en torno al desastre humano de una guerra entre
hermanos. El retrato de una agonía sin sentido que trata de
desmitificar a unos y otros a través de la miseria de la vida
cotidiana, y donde todos por igual acaban colgándose de cualquiera
capaz de aliviar (siquiera temporalmente) el sufrimiento de fondo. Un
punto de vista, si no novedoso, al menos poco frecuente; el de la
narración desde el bando vencedor que, sin embargo, se pierde en el
intento de nivelarlos a ambos y termina por dar vueltas sobre sí
mismo para tratar de justificarse.
Un
toque de humor entre absurdo (a veces incluso pasado de rosca) y
convencional para los cánones de 2013, más que para los de 1939,
asociado muy torpemente al retrato berlanguiano de la guerra, se une
al camino hacia el predecible fracaso. La cinta se pierde además
entre digresiones de diferente índole en las que no termina de
expresarse de forma clara y que acaban por transmitir una sensación
de “partida revuelta” construida sobre retazos de detalles que
bien trabajados podían haber jugado a su favor. Muchos mensajes
contradictorios, muchos planteamientos que saben a una cosa pero
insinúan otra, muchos apuntes de estilo en diferentes direcciones,
mucha mezcla de calidades de la propia película con un objetivo más
bien dudoso… muchas manos detrás, al fin y al cabo.
El
anonimato con el que aparece firmada la película y que convierte a
esta producción en un hecho insólito en sí mismo, se siente
pesantemente incluso antes de saberse. Unos nubarrones grises abrazan
el flechazo entre Juan Castro (Mario Casas) y la mula Valentina con
un aura de tormenta inminente que acompañará toda la proyección
hasta el esperado divorcio final, que lejos de dejar huérfana a la
película la sitúa en el foco de tensión de una paternidad
múltiple. Parecía impensable, al menos para mí, plantear en este
país una película de un capítulo de nuestra Historia aún
sangrante, rebajado a la categoría de la cotidianidad donde poco
importa el lado de la raya desde el que se mire a los ojos de la
miseria.
No
es de extrañar, pues, que no fuera sino un británico (Michael
Radford: 1984, El mercader de Venecia) el que liderara el proyecto
que, sin embargo, tan fallidamente terminó y que aún sigue coleando
(y lo que le queda…). El litigio entre la producción española y
la británico-irlandesa ha terminado por forjar de forma evidente el
carácter de este intento de film inclasificable. Lo triste es que
esta condición singular no se produce por una propuesta insólita o
peculiarmente interesante, sino por una polémica de texturas poco
nítidas.
Sara
Martínez Ruiz
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