Da-reun
na-ra-e-seo (Corea
del sur, 2012)
Dirección
y guión: Sang-soo Hong.
Intérpretes:
Isabelle Huppert, Kwon Hye Hyo, Jung Yu Mi, So-ri Moon, Moon Sung
Keun.
Música
original: Yong-jin Jeong.
Fotografía:
Yune-jeong Jee, Hong-yeol Park.
Montaje:
Hahm Sung Won.
Idiomas:
Coreano, inglés.
Duración:
89 minutos.
Menos
es más
Ni
es la primera vez ni será la última,que se aplica a un trabajo de
Hong Sang-Soo la máxima de menos es más, sobre todo si él mismo
hace esa declaración de intenciones desde los créditos iniciales:
desnudos y concretos, sencillamente maravillosos. Menos escenarios
y personajes para más jugo; menos saturación para más detalle;
menos simbología para más significado; menos pirotecnias para más
elegancia; en definitiva, menos aditivos para más riqueza.
Una
joven coreana acompaña a su madre en un amargo episodio familiar en
un retiro de la costa, donde centrará la acción de las tres
historias que esbozará en su libreta para entretenerse. Las
elucubraciones sobre la vida pasada o futura de ese refugio íntimo
que entrelaza las tres historias no es sino una reflexión sobre
las posibilidades de representación, en este caso, cinematográfica.
Una lección maestra sin pretensiones sobre las posibilidades
infinitas de jugar con las mismas cartas, en función de la maniobra.
Diferentes formas de abordar una historia a medida según el punto de
vista o de dónde quieras colocar el acento. Muchas maneras de
cuadrar el rompecabezas de personajes humanos y naturales, sencillos
pero redondos, y reales, muy reales. Ahí, donde radica la dificultad
de contar, Hong Sang-Soo se las apaña para hacerlo exactamente de la
manera que quiere, no obstante sin estridencias ni ánimo de
aleccionar.
Una
pequeña delicia para saborear sin ambiciones, sencilla pero a la vez
muy rica en detalles tan desnudos como poco exhibicionistas. Con
un delicado control de la luz y el color, el coreano delinea los
rasgos propios de cada historia en armonía y a la vez en disonancia
con las otras dos. Con ese trazo tan característico, construye
composiciones tan estudiadas como bellas que se relacionan entre
sí mediante esa manera absolutamente personal de filmar donde el
zoom y el movimiento de cámara son sus incondicionales aliados a la
hora de relacionar conceptos.
El
director desconocido hasta ahora para las salas de nuestro país se
revela también como un maestro a la hora de manejar la tensión,
tanto desde el guión como en la propia filmación. En una vorágine
tranquila y silenciosa atrapa al espectador, irremediablemente de la
nada y sin que lo pueda esperar, y lo arrastra indefenso con su
vaivén al ritmo de la fría costa coreana. Fría como en ocasiones
lo son sus personajes, físicos y orgánicos, que materializan en
realidad lo básico en la vida: la familia, la libertad o las
creencias, en un leve choque entre la forma de vida autóctona y la
mirada extranjera donde algo tan aparentemente tonto como la
incomunicación puede dar la vuelta a una situación hasta conducirla
al absurdo. Una reflexión al estilo oriental con cierto aroma a
nuevo cine europeo encarnado en sus personajes que lo son todo,
contradicción y fuerza, sosiego y ternura, pero sobre todo, vida.
Sara
Martínez Ruiz
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