El
dolor de la pérdida
Por Manuel Barrero Iglesias
Una
tragedia íntima, a muy pequeña escala, pero que va a marcar para
siempre el micro-universo que la rodea. Otra tragedia, ésta
colectiva y a gran escala, que va a cambiar la vida de toda una
población obligada a rehacerlo todo.
Elena
es una de las películas más personales que uno recuerda en los
muchos años que lleva viendo cine. En la búsqueda que Petra
(directora del film) emprende en pos de su hermana, podemos intuir
que ésta ya no existe. Petra recuerda a Elena a través de vídeos
caseros, diarios hablados o cartas. Siendo solo una niña, su hermana
mayor partió hacia Nueva York, con la firme idea de convertirse en
actriz.
La
autora va construyendo el puzzle cronológico de los acontecimientos,
hasta que llega el momento trágico. A partir de entonces, lo que
era un relato íntimo se convierte en sobrecogedor documento que nos
muestra las mismísimas entrañas del dolor. Sin estridencias,
con toda la delicadeza (incluso la poesía) posible. Retratando ese
sufrimiento sordo que devasta lo que encuentra a su paso. Pero sin
dejar de lado la esperanza final, la luz al término de túnel.
Una
película que conmueve en su desnudez emocional, que intuimos
también sirve como terapia ante un hecho incomprensible y casi
imposible de aceptar. Y un sentido homenaje lleno de amor.
A
veces es más fácil consolarse dentro de la tragedia colectiva, ya
que compartir el dolor siempre ayuda. O no. Fallen City
se desplaza hasta Beichuan, ciudad que quedó totalmente arrasada por
el terremoto de Sichuán en 2008. Miles de víctimas y millones de
personas sin hogar. El film se centra en tres casos concretos, tres
familias que han perdido a alguno (o muchos) de sus miembros.
Fallen
City se divide en tres actos bien diferenciados. El primero,
retrata la desolación tras el desastre. Poderosas son las
imágenes de una ciudad reducida a escombros, entre los que los
supervivientes se mueven casi como fantasmas. El dolor de la
pérdida masiva de seres queridos se encuentra presente siempre en
las palabras y movimientos de los protagonistas.
El
segundo acto comienza con la construcción de la nueva Beichuan, lo
que supone un pequeño halo de esperanza para todos los que tienen
que rehacer su vida. El tercer acto, ya con la ciudad construida, nos
presenta las nuevas vidas de nuestros protagonistas. La evolución de
estos se ve alimentada por la rápida construcción de una urbe
modernizada. Tradición y progreso, una dicotomía tan presente en
la China actual, se dan cita en una película paciente y respetuosa.
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