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viernes, 24 de mayo de 2013

Chaika


4/10
Chaika (España-Rusia-Georgia, 2012).
Dirección: Miguel Ángel Jiménez.
Intérpretes: Salome Demuria, Giorgi Gabunia, Aytuar Issayev, Bachi Lezhava, Ciala Gurgenidze.
Guión: Luis Moya, Miguel Ángel Jiménez.
Música original: Pascal Gaigne.
Fotografía: Gorka Gómez Andreu.
Montaje: Imanol Gómez de Segura.
Idioma: Ruso.
Duración: 100 minutos.




La aridez como forma de vida

La estepa rusa ha sido protagonista inevitable de una buena cantidad de filmes, en los que se retrata una forma de de vida marcada definitivamente por el paisaje. Euphoria (Ivan Vyrypayev, 2006) ya se fijaba en la asfixia de una mujer dentro de la aridez de un paisaje desolador, en el que las relaciones sociales se limitan a un núcleo familiar no siempre estimulante. Aquel trabajo se recreaba en un paisaje que filmaba con grandilocuencia, resaltando lo minúsculo de sus criaturas dentro de aquel paraje.

No es el caso de esta curiosa coproducción entre España y algunas de las repúblicas soviéticas. El minimalismo se apodera del discurso de Miguel Ángel Jiménez, que casi siempre mira la vastedad del territorio desde el interior de una casa en la que conviven la desconfianza y el recelo. Una prostituta y un marinero que escapan de sus vidas. Tras el nacimiento del hijo de ella, se instalan en el hogar familiar de él. El film habla sobre el machismo ancestral, ése que parece imposible de superar a pesar de todo. Aunque la relación con la astronauta está cogida con alfileres, al director le sirve
El relato se articula a través de la búsqueda de aquel hijo, ya mayor, que vuelve para investigar quién fue su madre. Un torpe viaje a las raíces, donde parece que el director no sabe muy bien como desarrollar unos personajes no siempre bien construidos. Como si Jiménez también se viera superado por ese paisaje que lo invade todo.

Como ejemplo sirva esa obsesión por los planos de atardeceres, que parecen responder a una opción estética gratuita más que a una motivación narrativa relevante. En Chaika podemos encontrar algunos momentos bellos, por supuesto. Como no haberlos con la materia prima de la que se rodea el autor. Y también hay alguna que otra buena intención en su discurso; intenciones que se esconden en una, a veces, desesperante espesura narrativa.

Manuel Barrero Iglesias




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