Promised
Land (USA-Emiratos Árabes Unidos, 2012)
Dirección:
Gus Van Sant.
Intérpretes:
Matt Damon, John Krasinski, Lucas Black, Frances McDormand,
Rosemarie DeWitt.
Guión:
John Krasinski, Matt Damon, basado en una historia de Dave
Eggers.
Música
original: Danny Elfman.
Fotografía:
Linus Sandgren.
Montaje:
Billy Rich.
Idioma:
Inglés.
Duración:
106 minutos.
La
vida de los pocos habitantes de un pueblo cualquiera de la América
profunda va a cambiar cuando el talentoso representante de una
compañía de gas natural les lleva de la gran ciudad la oferta que
les hará salir del pozo. El negocio rutinario solventable con las
técnicas habituales que tan buenos resultados le han dado al
auto-convencido Steve Butler (un Matt Damon convertido también en
guionista y productor) desemboca en cuestión de pocas horas en el
cruce de caminos que le llevará a cuestionarse su propio sentido de
la marcha.
En
medio de kilómetros y kilómetros de campos verdes y granjas de
peculiares caballos, Sue Thomason (Frances McDormand) copilota en
esta ocasión el coche de la cinta del director de Gerry, o
más bien se aferra, con estilo propio, al volante de la máquina
todoterreno de la energía. El contrapunto, por supuesto, un
ecologista exacerbado y capaz de descontrolar las estrategias
empresariales más sofisticadas.
Las
víctimas, como siempre, viene a decir Van Sant, la población en
bloque en liza por hallar la cara buena de la tortilla que gira de
uno u otro lado en función del cristal con la que la examinen. Un
debate que muestra ligeramente sus cartas en la partida entre energía
y sostenibilidad, tradición o decadencia; pero que francamente queda
cojo tras la insinuación que, al fin y al cabo, únicamente reabre
el debate sobre el fracking (técnica para obtener
gas natural o petróleo del subsuelo por medio de una inyección de
agua junto con arena y productos químicos).
De
estructura geométrica y simetría perfecta, armónicamente cíclica
y cuidadosamente pensada, el film aporta más con sus estratégicos
detalles escénicos que con una historia correcta, aunque no
especialmente ingeniosa. Más allá de momentos de notoria
lucidez vansantiana de reminiscencias al esponjoso transcurrir
del tiempo de Elephant (2003) o de claro guiño a la
frontalidad desnuda con la que aborda a su pareja protagonista en
Gerry (2002);
Tierra Prometida queda lejos de la
profundidad de los personajes complejos, erráticos y en constante
devenir de las anteriores citadas.
Un
trabajo técnico, eso sí, artísticamente muy concienzudo de las dos
laderas de la misma montaña: una húmeda y oscura, la otra
soleada pero seca. Luz y sombra, sombra y luz en frágil rotación y
sutil cambio de bando. Una peripecia concéntrica que flirtea con
esa delgada línea en torno a la que Van Sant tiene más claro dónde
poner los acentos jugando con el cómo que con
el qué.
Sara
Martínez Ruiz
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