Ayer
no termina nunca (España, 2013).
Dirección
y guión: Isabel Coixet.
Intérpretes:
Candela Peña, Javier Cámara.
Música
original: Alfonso de Villalonga.
Fotografía
y montaje: Jordi Azategui.
Idioma:
Español.
Duración:
108 minutos.
Mi
vida sin ti
A
Isabel Coixet le pueden sus ansias de embotar emocionalmente al
espectador. Es un defecto que siempre le acompaña, y que se hace
especialmente visible en películas como Mi vida sin mí o La
vida secreta de las palabras, en las que juega peligrosamente con
la manipulación sentimental.
Ayer
no termina nunca (el título ya huele un poco) se
edifica sobre la intensidad dramática, sin que al espectador le dé
tiempo tomarse algún mínimo respiro. Coixet habla tanto de la
tragedia particular como de la colectiva, entremezclando ambas. No es
malo el planteamiento de este ejercicio de ciencia-ficción que
arranca en 2017, con una España inmersa en una crisis cada vez más
grave.
Poco
sutil en su denuncia, el film alerta de los peligros que conllevan
las políticas de recorte que empiezan a arrasar los servicios
públicos. Con pinceladas (o más bien, brochazos) que salpican todo
el relato, la autora subraya que el origen del drama vivido por sus
protagonistas está en el desmoronamiento global de un sistema
agonizante.
Pero
la fatalidad sufrida por la pareja podría haberse dado en otras
circunstancias. Ahí tenemos el más puro cine made in Coixet.
Sentimientos a flor de piel, sufrimiento, intentos de superar la
tragedia... Pero a la autora se le ve venir a leguas. Hay tanto de
impostado en los diálogos o en la puesta en escena, que el pacto de
credibilidad con el público se rompe en demasiadas ocasiones.
Tampoco
elude con éxito el riesgo de la excesiva teatralidad. Dos personajes
y un par de escenarios. Dos grandísimos intérpretes afrontan el
reto de hacer creíble un texto con demasiadas lagunas. Difícil
tarea de la que Candela Peña sale más que airosa. Su
soberbia interpretación queda muy por encima de un personaje más
bien plano. No corre la misma suerte Javier Cámara, incapaz
de hacerse en ningún momento con el suyo.
Y
lo cierto es que hay en este trabajo algún momento de lucidez, en el
que entre tanta verborrea infructuosa, se cuela alguna reflexión
valiosa sobre la condición humana. Pero inmediatamente vuelven la
afectación, el blanco y negro, o los planos de lluvia cayendo. Ese
aire (viciado) de trascendencia que aleja al film de los verdaderos
sentimientos para llevarlo a un nivel de impostación que se hace
difícilmente soportable.
Manuel Barrero Iglesias
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