Comenzamos
el repaso a la Sección Oficial de Atlántida con tres películas que
se preguntan hasta dónde es capaz de llegar el ser humano. Tres
filmes con resultados muy dispares, rodadas en lugares variopintos
(México, Barcelona y Buenos Aires); pero todas nos hablan de lo
miserable que puede ser la especie humana.
Por Manuel Barrero Iglesias
Después
de Lucía (Michel Franco, 2012)
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Hay
que destacar la habilidad de Franco para llevar el relato desde el
dolor por la pérdida hasta el sufrimiento por el acoso en edad
escolar. La transición que hace el director es impecable, y la forma
en la que se retrata la miseria humana no es nada tremendista. La
maldad no existe como tal en los individuos, aunque sí en sus actos.
En cierto modo, los que causan daño, lo hacen desde la “inocencia”.
O, si lo prefieren, desde la ignorancia.
Ahí
está lo terrible de este relato. La vileza está unida de forma
inseparable a la naturaleza humana. Cualquiera es capaz de ejercer
violencia contra un semejante, y además no ser consciente de la
gravedad de sus actos. O serlo, pero no importarle. La ruindad
recorre un film que no para de golpear al espectador hasta noquearlo
con ese final demoledor, quizás discutible, pero definitivamente
impactante.
Otel.lo
(Hammudi Al-Rahmoun, 2012)
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¿Hasta
dónde es capaz de llegar un director para sacar el máximo de sus
actores? ¿Dónde están los límites morales? El film no deja de
plantear dilemas de difícil resolución. El mismo Al-Rahmoun
interpreta al maquiavélico director capaz de cualquier cosa por su
obra. Rodada como si fuera una especie de falso making off, la
película logra incomodar en todo momento, especialmente por la
presión a la que se ve sometido el personaje femenino (quien por
cierto tiene que mucho que ver con la protagonista de Compliance,
otra gran obra que podemos ver en Atlántida).
Quizás
lo más flojo del film sea el trabajo de Youcef Allauoi quien
interpreta a un Otelo que no alcanza el mínimo de credibilidad
exigible. Por lo demás, poco se le puede reprochar a un trabajo de
presupuesto ínfimo, rodado en tres días, y que consigue removernos.
Stealing
Summers (David Martín Porras, 2011)
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Con
lo fácil que es mostrar un triángulo amoroso en el cine -hay
cientos de ejemplos-, Martín Porras es incapaz de construir uno que
tenga una mínima consistencia. Por no hablar de esa especie de
thriller chusco que se saca de la manga, suponemos que para darle
algo más de emoción al invento.
Es
Stealing Summers una película que se parece a muchas, pero
que no copia nada bueno de ninguna.
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