Tres
películas que demuestran lo importante que es una buena dirección
de actores para que el producto final no esté dominado por el
ridículo. Y es que unas interpretaciones desastrosas pueden reventar
cualquier buena intención.
Por Manuel Barrero Iglesias
Ali
(Paco R. Baños, 2012)
Aunque
no son los intérpretes el principal problema esta ópera prima, en
la que Nadia de Santiago soporta con soltura el peso del film. Puede
que algún secundario (Verónica Forqué) ande algo desubicado, pero
las carencias las encontramos más en el guión y la dirección.
Baños
se queda a medias en lo que prometía ser un retrato ácido sobre una
adolescente que soluciona sus inseguridades a golpe de desprecio por
los demás. Una aborrecible joven que sabe ser encantadora cuando le
conviene.
Pero
el viaje que propone el director termina siendo demasiado evidente, y
el recorrido de Ali está más que marcado desde el principio. La
evolución se antoja demasiado brusca, y la búsqueda de un final que
lo deje todo perfectamente cerrado no ayuda a la credibilidad un
relato con muchas más posibilidades.
Hay
momentos puntuales de verdadera autenticidad, pero el film se pierde
en el uso y abuso de recursos sobados en el cine actual. Una pena,
porque hay apuntes muy interesantes sobre las dificultades de la
adolescencia; sobre cómo las fachadas de seguridad suelen esconder
un terrible miedo.
Dos
(Stathis
Athanasiou,
2012)
Apreciamos
el intento del director por contarnos esta historia de amor desde una
narrativa alejada de lo estándar, en la que los tiempos se confunden
y los personajes se entremezclan. Una película que habla sobre un
par de variantes del amor. Por un lado, ese que se deja escapar
aunque todavía quede incrustado en los huesos mucho tiempo después.
Por el otro, el amor que ya terminó hace tiempo, pero que se aguanta
no se sabe muy bien por qué razón.
Aquí
sí tenemos un grave problema con las interpretaciones de los
protagonistas; quienes a veces parecen recitar el texto sin emoción,
mientras otras parecen buscar la espontaneidad. Aunque en la mayoría
de ocasiones, no sabemos muy bien qué pretenden. Mucha culpa de este
desastre la tienen unos diálogos sin pies ni cabeza.
Y
es que uno no sabe muy bien cómo afrontar esta obra, que a veces se
acerca al naturalismo, pero que otras veces es demasiado pedante. Una
pretenciosidad que va más allá de su juego narrativo, y que termina
haciendo insufrible más de uno (y de dos) de los pasajes de esta
película.
Pero
si hay una película en la que las interpretaciones chirrían
totalmente, aquí tenemos el perfecto ejemplo. No sabemos si era la
intención de Llorca, pero nos encontramos con unos actores atrapados
en una sola unidad tonal.
Tampoco
existe demasiada brillantez en un guión que relata la típica
historia de amor adúltero; con el típico hombre gris incapaz de
dejarse llevar, y salir de su mundo perfectamente organizado. Para
rematar, hay una subtrama que acerca la película a algo parecido al
thriller, traumas del pasado incluidos.
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