Los
amantes pasajeros (España, 2013).
Dirección
y guión: Pedro Almodóvar.
Intérpretes:
Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo, Antonio
de la Torre,
Cecilia Roth, Hugo Silva, Lola Dueñas, José María Yazpik, José
Luis Torrijo, Guillermo Toledo.
Música
original: Alberto Iglesias.
Fotografía:
José Luis Alcaine.
Montaje:
José Salcedo.
Idioma:
Español.
Duración:
90 minutos.
¿Película
pasajera?
Sobran
los motivos. Son muchos quienes se han preguntado acerca del sentido
de esta última obra de Pero Almodóvar, pese a ser más que
aparente. Por encima de la evidencia de filmar lo que al director le
plazca -en una bien buscada y ganada independencia de producción-,
parece surgir el deseo de -sabiéndose captador asegurado de un fiel
y numeroso público- proporcionarnos (y proporcionarse) un relato
ligero o un divertimento libérrimo capaz de ahuyentar -bien sea tan
sólo por hora y media- todos esos fantasmas que rodean nuestras
mentes en crisis, goteando el relato de buscadas críticas al sistema
económico que creó dichos fantasmas. Y, en ese sentido, puede ser
hasta un loable fin.
He
sido firme defensor del último cine almodovariano.
Película a película -pese a algún que otro tropezón-, me ha ido
ganando el manchego en su madurez artística, en el refinamiento de
un estilo muy cercano a lo que yo considero cine ejemplar. No busquen
ningún paso más allá en ese refinamiento; no busquen esa lúcida,
extrema o, incluso, retorcida intensidad en los personajes y en las
historias. Todo eso desaparece en
Los Amantes Pasajeros,
donde sólo hay cabida para otro tipo de excesos: aquellos que pueden
llegar a escandalizar, pobre de ellos, a los poseedores de cerebros
anquilosados o cabezas encapilladas.
No
hay pues evolución. Al contrario, Almodóvar involuciona (esperemos
que de manera pasajera) hacia una forma de hacer las cosas que
recuerda mucho a aquellas sanas locuras ochenteras que le hicieron
reconocible para siempre. Y mira que resultaba estimulante la idea
del artista en el buscado reencuentro con la comedia desprejuiciada,
para encajarla con todo lo recorrido en estas décadas. ¿El
problema? Han pasado treinta años y la cosa queda lejos de provocar…
incluso la risa.
Cuento
seudo-surrealista que nos sitúa en un avión imposible, con una
estudiada y estupenda estética kitsch (muy propia de la firma de la
casa), en el que toda la clase turista vuela narcotizada y
desaparecida para poder centrarnos en las andanzas de los escasos
habitantes de la business-class, el film busca el estrépito en sus
personajes y en sus peripecias. El tren de aterrizaje no funciona y
la máquina vuela en círculos hasta poder aterrizar. Y poco más.
Poco más, porque no hay historia más allá.
Durante
años nos hemos podido imaginar a cada una de las actrices de las
películas de Almodóvar en plan alter ego del propio cineasta,
calcando su forma de interpretar cada frase y cada gesto. En
demasiadas ocasiones éstas han sido réplicas de quien imaginaba sus
propias frases escritas. En esta ocasión son los tres azafatos
protagonistas, Arévalo, Areces y, muy por encima de ellos, un
deslumbrante y ajustado Javier Cámara (tremendo actor) quienes ponen
cuerpo y alma al texto del director, quien, por fin, ha soltado las
escasas amarras que aun le mantenían unido al pudor de mostrar y
mostrarse.
Y
sin más motivo que el de producir alegría y desconexión aparece la
gran duda de cómo situar el resultado final cuando ambas cosas no
suceden. No negaré que resulta complicado no sonreír en más de una
y más de dos ocasiones; pero sí afirmo que hay muchísimo más
humor en los innumerables gags que todos podemos recordar de
bastantes de sus otras obras anteriores, que en gran parte del
metraje de Los Amantes
Pasajeros. Resulta mil
veces más hilarante -por poner dos ejemplos entre mil- esa Chus
Lampreave en su papel de portera en Mujeres
al borde… contando que no
puede mentir por ser testigo de Jehová, o esa Antonia San Juan
soltando un inspirador e inesperado monólogo en Todo
sobre mi madre, que Hugo
Silva negando sus gustos y preferencias en plan montaña rusa, o Lola
Dueñas contando sus olorosas visiones sobre los desastres que se
avecinan.
Uno
esperaba, tal vez, que surgiera, de quien fue capaz de brindarnos
semejantes destellos de genio y de quien siempre se ha jaleado su
capacidad para escribir y describir situaciones cómico-grotescas de
forma casi natural, algo mucho más destacable. Y es que, más allá
de algún brillante hallazgo -como el de ese teléfono averiado que
deja escuchar a quien está al otro lado de la línea, ese retablo
multireligioso portátil al que se encomienda Areces, o algún
diálogo desperdigado-, resulta casi imposible encontrar talento en
ninguno de los escenarios mostrados e imaginados.
Hago
excepción con la magnífica forma de rodar el aterrizaje del avión
-que no muestra-, poniéndolo en paralelo con el desértico escenario
de uno de esos inútiles aeropuertos españoles construidos en mitad
de la nada, en plena efervescencia de la especulativa burbuja
económica que nos ha llevado hasta donde estamos (aunque tengo dudas
de la necesidad de la reivindicación en semejante despropósito
narrado). Y, sobre todo, con ese numerito musical -que para mi
sorpresa se termina por convertir en lo mejor de todo-, que se marca
el trío protagonista y que, para bien o para mal, queda desde ya
marcado a fuego como escena icónica del cine de su creador.
Se
agradece el intento, pero Pedro Almodóvar sabe que sus películas
son estudiadas al detalle y que se estrenará en muchos países, en
muchos de ellos, además, donde le suelen recibir con los brazos
abiertos. Supongo que él mismo es consciente del resultado de este
trabajo. Quizá lo único que le importe es que ha hecho aquello que
le apetecía y que ha rodado algo que le pertenece al cien por cien;
pero también debería cuidar su propia marca ya que filmes como éste
la pueden dañar sobremanera. Quizá estemos ante su peor cinta desde
Kika, y
eso es mucho decir.
Tras
el fallido experimento parece quedar claro a estas alturas que el
director se maneja mejor en la intensidad que en la levedad; y que
resulta mucho más fácil hacer que la gente se olvide de sus
problemas en una sala de proyección no buscando la ligereza porque
sí, sino entregándole sencillamente una buena película.
Jorge
R.
Creo que es una crítica muy injusta. En primer lugar, porque por tus palabras se denota que no te ha disgustado tanto, y en segundo porque no creo que hayas llegado a conectar con el concepto de la película. Ves la crítica superficial, pero no ves las metonimias, y ese es el juego que propone esta vez Almodóvar. No es una comedia, aunque narrativamente y en el tono si lo sea, es una alegoría que brilla más cuanto más absurda se reconoce y más sinsentido forma.
ResponderEliminarLa crítica está bien escrita, pero no estoy de acuerdo, y parece estar más empeñada en justificar que no es buena, buscando además detalles positivos para que no se considere que eres un "hater" del director y así confirmar una opinión muy sesgada.