The
Host (Estados Unidos, 2013).
Dirección:
Andrew Niccol.
Intérpretes:
Saoirse Ronan, Diane Kruger, William Hurt, Jake Abel, Max Irons.
Guión:
Andrew Niccol, basado en la novela de Stephenie Meyer
Música
original: Antonio Pinto.
Fotografía:
Roberto Schaefer.
Montaje:
Thomas J. Nordberg.
Idioma:
Inglés.
Duración:
125 minutos.
Me
siento extraña
No
he leído ninguna de las novelas de Stephenie Meyer, y después de
haber visto tres adaptaciones cinematográficas de sus obras, lo que
menos me apetece es abrir un libro de esta señora. Presume ella que
'The Host' es un libro mucho más adulto (sic) que la saga
'Crepúsculo'. Habla de que mientras las aventuras de Bella se
centraban en el amor romántico adolescente; su última creación
trataba, además, temas más trascendentales. No sé si el libro los
trata (intuyo que no), pero el film anda muy lejos de tener algo
parecido a profundidad.
Y
es que la estructura del film es calcada a la de la saga vampírica:
crear un dilema amoroso, mientras se mezclan referentes sin orden ni
concierto. En esta ocasión, la receta consiste en combinar La
invasión de los ladrones de cuerpo con cualquier distopía
del tipo 'Un mundo feliz'. A partir de estos clásicos de
la ciencia-ficción, se crea un producto kitsch apto para el consumo
masivo de adolescentes.
Todo
un batiburrillo en el que la reflexión deja paso a las chiquilladas.
No voy a negar el mérito de esa idea del conflicto entre el
cuerpo invasor y el invadido. Una ocurrencia brillante a
partir de la cual se podría haber montado una interesante
dialéctica. Pero el desarrollo no puede ser más pueril,
rematado con el inevitable trío (¿o cuarteto?) amoroso. Aunque hay
que decir que las secuencias románticas son las que más juego dan.
Al menos, consiguen sacarnos unas buenas carcajadas. Involuntarias,
eso sí, pero carcajadas al fin y al cabo.
El
resto del tiempo, es un continuo querer y no poder ser profundos; y
en lo que máximo que se alcanza es una intrascendencia insípida.
The Host tiene el problema de tomarse en serio a sí
misma, cuando eso es lo único que no debería hacer. Sobre
todo, si construyes un guión que es toda una incoherencia, lleno
de sinsentidos e inexplicables. Y entonces uno se pregunta qué hace
alguien como Andrew Niccol (que incluso escribe el guión) ahí
metido, aparte de dar ese toque de elegancia tan suyo.
Al
menos, han elegido una buena actriz como protagonista. Lástima
que Saoirse Roman tenga que defender un espectáculo tan ridículo
-esas conversaciones consigo misma-, pero al menos aporta algo de
dignidad a un personaje que otras manos hubiera resultado un
esperpento. De los dos jóvenes actores que la acompañan, mejor
no hablamos.
A
esta obra no le falta su mensaje obvio. La humanidad es imperfecta,
sí. Que nos matemos los unos a los otros está mal, pero eso se ve
compensado por el amor, ese sentimiento más grande que cualquier
otra cosa. Y aunque se introduzca el amor fraternal, todos sabemos
que Meyer (no olvidemos que también es productora) habla del
romance, que para eso está metido con calzador en muchos momentos
del film.
Seguro
que su público saldrá encantado con la idea, pero a algunos ya nos
pilla mayores. Al menos, me gustaría pensar que los fans de Meyer se
preocupan por buscar los referentes. Que van ir corriendo a ver La
invasión de los ladrones de cuerpo (Don
Siegel, 1956) o a leer 'Un mundo feliz' (Aldous Huxley, 1932).
Incluso, me podría valer con Gattaca (Andrew Niccol, 1997).
Si fuera así, hasta le podríamos agradecer algo a esta mujer. Pero
lo dudo mucho.
Manuel
Barrero Iglesias
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